06 de Julio de 2009
El papel del empresariado
El éxito económico del país será imposible mientras la
figura del empresario siga estando tan desvalorizada en la
sociedad. No habrá crecimiento sustentable en la Argentina
sin una clase empresarial talentosa y comprometida.
El éxito
económico del país y la superación de las trabas al
desarrollo serán imposibles mientras la figura del
empresario siga siendo desvalorizada y en tanto nuestra
sociedad aprecie tan poco la creación de riqueza.
Distintos factores han obrado durante muchos años para
esparcir esas creencias a lo largo del suelo argentino. Sin
embargo, hay un dato clave que permite explicar su origen:
si los propios hombres de negocios no defienden sus ideas ni
son capaces de convertirse en modelos aceptables para otros,
en especial para los jóvenes, ellos mismos seguirán
alimentando aquel desdén.
Por ese
motivo, deben ser bienvenidos algunos encuentros entre
hombres de negocios y representantes de cámaras
empresariales, en los cuales no faltó la autocrítica y se
llegó a la conclusión de que el silencio de los empresarios
no es buen negocio para ellos ni para el país.
De los
testimonios oídos durante el XII
Encuentro Anual de la Asociación Cristiana de Dirigentes de
Empresa (ACDE), pueden extraerse valiosas lecciones
en el sentido descripto.
La
Argentina -se dijo- posee una llamativa vitalidad, pero se
trata de una vitalidad sin forma. Los conflictos, las
pasiones, la lucha por los distintos intereses transcurren a
ciegas. Es una deformación imposible de ser superada si no
se restablecen los partidos políticos y si las asociaciones
sectoriales no consiguen mirar más allá del interés
particular para identificar el bien común.
La
ausencia de reglas y de instituciones capaces de arbitrar
las contradicciones sociales impide que se constituya un
consenso de largo plazo, imprescindible para los negocios,
como el que existe en países vecinos como Chile.
En el
seminario de ACDE se coincidió en que el menosprecio por las
empresas y por sus líderes está relacionado con que una
parte importante de la sociedad descree de la competencia o,
más directamente, no está en condiciones de ser competitiva
y lo espera todo del Estado.
La falta
de aprecio social por los empresarios facilita las políticas
intervencionistas de los gobiernos, al igual que el
aislamiento internacional.
Durante
la larga reflexión del empresariado, convocado por ACDE,
hubo un leitmotiv llamativo por su recurrencia: la
autocrítica de los hombres de negocios por la defección de
la mayoría de ellos a la hora de defender sus principios en
público. Se llegó a ser más severo en los juicios: "Basta
que un grupo de nosotros llegue a un consenso para que
algunos vayan por la puerta de atrás a romper esa
coincidencia frente a los funcionarios del Estado".
La falta
de asociatividad de los empresarios es una de las grandes
fragilidades de la vida pública en el país. No se debe, hay
que reconocerlo, a un vicio limitado a esa cultura
sectorial. La debilidad de los lazos entre los directivos de
las compañías es, en muchas ocasiones, la contracara de un
Estado que avasalla a las empresas con intervenciones
arbitrarias, sometiéndolas a un vacío de seguridad jurídica
que, por su persistencia, parece haberse convertido en un
régimen.
Reponer la línea divisoria entre lo público y lo privado -a
cuya desaparición se deben también los altísimos niveles de
corrupción-, profesionalizar la burocracia estatal y
sustraerla de los caprichos facciosos de los gobiernos y
unir a los responsables de la riqueza en una trama
comprometida con el destino de la Argentina son tareas
urgentes para quienes aspiran a que nuestro país pueda
abandonar la ceguera de objetivos para comenzar a pensar el
largo plazo.
Reproducción textual del editorial del diario
La Nación.