27 de Julio de 2009
Cambiaron ministros, llamaron al diálogo,
maquillaron el INDEC y patearon el problema para adelante,
siguieron pisando las importaciones, resisten los cambios en
el Consejo de la Magistratura y se arriesgan a un choque con
la Corte. Evitaron, por ahora, la fractura de la CGT y
sostuvieron a Hugo Moyano como su más fuerte aliado en medio
del temblor político. Y a los gobernadores ávidos de plata
fresca los mantienen con la rienda corta: la rebeldía de
algunos todavía no se ha convertido en conspiración.
Estas han sido algunas de las
decisiones que tomaron los Kirchner después de la derrota
electoral. Les ha servido para mantener viva la iniciativa
política, para resguardar el rumbo general del Gobierno,
para abroquelar a las fuerzas que les siguen siendo leales.
Ha sido, hasta aquí, una demostración de lo que el poder
todavía puede ensayar con suerte diversa. Y, como
contrapartida, ha mostrado que la oposición logró avanzar
muchos casilleros, pero esto no significa que haya
conseguido marcarle el ritmo al oficialismo.
El kirchnerismo está más complicado con sus problemas que
con los ajenos. El principal es que su base se angostó
dramáticamente y las cartas que tiene para mejorar su
posición las juega de acuerdo con su vieja táctica de vencer
o morir. La oportunidad abierta por la revisión del INDEC ha
sido desperdiciada. Su presunto auspiciante, el ministro
Boudou, aceptó la simulación sin dar batalla. Se quedó con
el boato del cargo pero ha quedado claro que no tiene ni
poder ni una estrategia para cambiar las cosas.
La CGT seguirá formalmente unida porque el Gobierno,
presionando y prometiendo, frenó la ruptura. Cuando los
sectores que se levantaron contra el camionero lo hacen es
porque olfatean que el poder está mudando. En el peronismo
eso ya es notorio. Pero ¿hacia quién?
Ricardo Kirschbaum,
Editor General de Clarín.
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NOTA RELACIONADA:
El mayor problema es la negación
Los Kirchner tomaron varias
medidas sobre el INDEC cuyo propósito central fue asegurarle
la vigencia política a Moreno. Así desairaron a Boudou. El
nuevo ministro suma conflictos. Intrigas con el plan de
Scioli para diferenciarse del ex presidente
Juan Carlos
Tedesco no renunció. Al ex ministro de Educación le pidieron
la semana pasada, con discreción y deferencia, la renuncia.
Cristina y Néstor Kirchner convinieron que ese lugar del
Gabinete requería de una personalidad política más fogosa
para los tiempos bien difíciles que se le han abierto al
Gobierno después de la derrota.
El matrimonio presidencial no
quiso prescindir de Tedesco porque su figura posee mucho
prestigio en el ámbito académico. De hecho, no se recuerda
una sola crítica de la oposición en el largo año que
acompañó a la Presidenta. De allí que su tránsito en el
poder kirchnerista haya resultado atípico: terminó
jerarquizado, como conductor de una unidad de Planeamiento y
Evaluación de la Educación en el país. Sin dudas, una buena
intención.
Sólo una
percepción muy exclusiva de la realidad podría explicar que
Cristina y Kirchner, en estas circunstancias, hayan
concebido al ex ministro de Educación como un problema
político para el Gobierno. El argumento del bajo perfil
sonaría insustancial: Tedesco no tiene una característica
distinta, por ejemplo, a la ministra de Desarrollo Social.
No es mucho lo que se sabe de la gestión de Alicia Kirchner,
pero la hermana del ex presidente continúa firme en su
cargo.
Aquella percepción de los
Kirchner pareciera detectar conflictos donde, tal vez, no
los hay e ignorar otros que vienen desde hace rato socavando
los cimientos del Gobierno. Los casos más notorios son los
de la inflación y el INDEC, además de la porfía con el
campo.
La tenacidad del matrimonio por
sostener a Guillermo Moreno ya pareciera escapar a los
manuales más profundos y sofisticados de la política y la
psicología. La figura del secretario de Comercio sirvió de
nuevo, la semana pasada, para dinamitarle al Gobierno la
posibilidad de una salida al laberinto en que se encuentra.
Podía ser, quizás, un escape sin
secuelas mortificantes. Nunca como en estos meses, producto
de la crisis económica y la caída del consumo, los precios y
la inflación han tenido un descenso sostenido. Tanto que el
último índice difundido por el INDEC se pareció bastante a
las estimaciones privadas.
Lo más
sorprendente es que todas las estrategias que cavilan los
Kirchner giran en torno a aquel personaje público. Amado
Boudou, el ministro de Economía, asumió maniatado: la
Presidenta aceptó varias de las sugerencias de maquillaje
del INDEC, pero le hizo saber que la batuta política del
organismo continuaría en las manos de Moreno.
Existió, a propósito, una
cronología sugestiva de los hechos. Norberto Itzcovich, el
nuevo director del INDEC, salió de su anonimato un día
después de la remodelación del Gabinete. Lo hizo por
indicación del secretario de Comercio. Su designación había
sido realizada apenas dos días después de la derrota
electoral. El plan fue diseñado en Olivos, discretamente,
por Cristina, Kirchner y Moreno.
Boudou no pudo ignorar nada de
todo eso. Si lo ignoró, fue una víctima de los Kirchner y su
reacción, quizá, debió ser otra a la mansa permanencia en su
cargo. Al ministro de Economía no le alcanzaron las máscaras
para ocultar el fondo de la cuestión. Ni siquiera el haber
lanzado a la escena pública a un supuesto consultor externo
como Mario Blejer.
El economista no figura entre
los dilectos de los Kirchner. En verdad, ya no hay dilectos
en el paladar del matrimonio. Blejer fue la máxima concesión
que le hicieron a Boudou. Pero el ex titular del Banco
Central se niega a ser lo que no es: por ese motivo zamarreó
las decisiones sobre el INDEC. Nada indicaría, pese a todo,
que no esté dispuesto a seguir conversando en la
informalidad con el nuevo ministro. El interrogante, después
de lo ocurrido, es saber si Boudou lo volverá a llamar.
Boudou imitó, de alguna manera,
el estilo de los Kirchner. Armó algunos líos donde no
existían y dejó transcurrir los más importantes. Concurrió a
una reunión con industriales y anunció, un poco a los
sopetones, la creación de un banco para fomentar el
desarrollo. Miguel Peirano, el ex ministro de Economía, le
había acercado, a propósito, los proyectos del BICE. Boudou
nunca le respondió y tampoco le anticipó la novedad.
Peirano renunció porque esa
descortesía fue la gota que rebasó su paciencia. Su malestar
venía de más lejos. Eludió Economía pese a los pedidos de
Alberto Fernández, entonces jefe de Gabinete, en los albores
de la gestión de Cristina. Lo eludió porque intuía la
existencia del síndrome Moreno. Creyó en un rumbo nuevo a
partir del 2007, pero no ocurrió. Esperó correcciones luego
de la derrota: las señales de los Kirchner habrían ido en
otra dirección.
Peirano no es el único
defraudado que se aleja. Juan Carlos Nadalich renunció
también a un cargo clave en Salud. Se trata de un médico
sanitarista amigo de Kirchner, a quien acompañó en la
función pública en los 90 en Santa Cruz, que estuvo desde el
2003 bajo la órbita de Graciela Ocaña y de Alicia Kirchner.
Parece no haber compartido las nuevas orientaciones del
ministro Juan Manzur en Salud. Pero arrastraría un
desencanto profundo y extendido con el presente del
Gobierno.
Hay otros
funcionarios desencantados que también murmuran por lo bajo.
Aunque todavía fingen en público. Daniel Scioli se propuso
ser más franco. Terminó de convencerse de los límites de su
relación con los Kirchner cuando el ex presidente culpó a la
vieja política y al propio gobernador de Buenos Aires por la
derrota. "Hasta aquí llegué", se le escuchó decir.
Scioli no le hace asco a aquella
vieja política que, tardíamente, descubrió el ex presidente.
Tampoco está en condiciones de hacer otra cosa: Buenos Aires
afronta graves dificultades económicas y sociales. Las arcas
tienen un rojo estimado de $ 8 mil millones. El gobernador
se ha propuesto una módica meta inmediata: pagar los sueldos
del Estado provincial.
Su segundo objetivo consiste en
armar un sistema político del cual carece, en especial
después del desprecio de Kirchner al PJ bonaerense. Scioli
se respaldará en los intendentes porque, bien o mal, la
mayoría de ellos salieron airosos de la prueba de junio. De
hecho, incorporó a su Gabinete a Baldomero Alvarez, de
Avellaneda. Están en su agenda también Julio Pereyra, de
Florencio Varela, y Alberto Descalzo de Ituzaingó. ¿Una
concesión a Kirchner"? "En Buenos Aires han desaparecido los
intendentes kirchneristas", se apuró a aclarar un
funcionario de la primera línea del gobernador.
La idea de Scioli es apartarse
paulatinamente de Kirchner. ¿Podrá, con una administración
económicamente tan comprometida? Allí radica su mayor
debilidad. Hay otra que tiene que ver con el pasado: el
gobernador nunca pudo deshacerse de Kirchner durante el
conflicto con el campo y en la última campaña.
Scioli empieza a percibir que
los gestos públicos para diferenciarse del Gobierno nacional
nunca alcanzan. Ha vuelto a dialogar con los dirigentes del
agro, concurrió el viernes a la Exposición Rural y lo hizo
ladeado por el senador oficialista José Pampuro, pidió una
baja en las retenciones, armó su propio diálogo político y
piensa ofrecerle algún cargo a la oposición. La Defensoría
del Pueblo está vacante.
La marea de desconfianza que
existe contra el kirchnerismo también lo moja. Los
dirigentes del campo no saben si lo que hablaron con él fue
genuino o sólo un mensaje embaucador de Kirchner. "La última
vez que vio al ex presidente ni siquiera le avisó que iba a
visitar la Rural.", aclaró un ministro del gobernador.
Algunos ojos apuntaron a la presencia de Pampuro:el senador
no ha cambiado palabras con Kirchner desde la derrota.
Kirchner estaría intentado que
Scioli no se fugue como lo intentó alguna vez, sin suerte,
con Carlos Reutemann. Los intendentes parecen dispuestos, al
menos por ahora, a apuntalar los nuevos movimientos de
Scioli hasta que el horizonte del PJ se comience a despejar.
Ninguno parece haberse ocupado del triunfo de Francisco de
Narváez.
Esa indefinición terminó siendo
aliada para los Kirchner en la pelea sindical que puso en
jaque a Hugo Moyano. Los viejos "Gordos" amagaron con una
ruptura de la CGT que, en realidad, no hubiera tenido ahora
ningún destino fijo en el peronismo. Intentaron,
simplemente, ponerle un tope al poder y al manejo del dinero
de las obras sociales al líder camionero.
La ruptura hubiera representado
una suerte de tragedia para los Kirchner. Moyano es todavía
el único hombre poderoso que camina junto a ellos en el
desierto político que le quedó al matrimonio luego de junio.
"El sindicalismo vivirá desde ahora un largo tiempo de
equilibrio inestable", confesó un ministro que evitó la
crisis.
Aquella inestabilidad no es sólo
patrimonio del sindicalismo. La dirigencia, oficialista y
opositora, celebra las rondas de diálogo que, por doquier,
ha lanzado el Gobierno. Celebran también la atención de la
Presidenta a quien desean descubrir más receptiva. Pero
nadie atina a responder qué seguirá al diálogo cuando ese
diálogo se acabe.
¿Acuerdos y
cambios? ¿O la continuidad del mundo de espejismos que
conforta a los Kirchner?
Reproducción textual de la columna del politólogo Eduardo
van der Kooy en el diario Clarín.