30 de Julio de 2009
Sin el festejo, crecen sin sentirse deseados ni celebrados
La mitad de los niños pobres no soplan las velitas
El dato surge del Barómetro de la Deuda Social de la
Infancia, un informe de la UCA. La cifra trepa al 61% cuando
ingresan en la edad escolar.
Más de la
mitad de los niños pobres menores de cinco años (el 51,6%)
no festejó su último cumpleaños. Ésta es una de las tantas
sorpresas que arroja la reciente edición del
Barómetro de la
Deuda Social de la Infancia, un informe elaborado anualmente
por el Departamento de Investigación Institucional de la
Universidad Católica Argentina –al que se suman los aportes
de la Fundación Arcor– con el fin de armar un mapa de las
condiciones de vida de la niñez y la adolescencia. Si se
cruzan los datos del Barómetro con las estadísticas de
indigencia infantil del INDEC, el resultado es que hay
cerca de 250 mil chicos que no son “celebrados” y, en
consecuencia, crecen sin tener plena conciencia del paso del
tiempo, sin enfrentarse al misterio que supone un regalo
(por menor que sea) y –todavía peor– sospechando vagamente
que su llegada al mundo no es un motivo de celebración.
Un cuarto
de millón de niños pobres, en síntesis, quedó afuera de la
instancia simbólica fundamental que encierra el festejo de
un cumpleaños. “Este tipo de eventos marca un hito en varios
sentidos, porque puede leerse como la ocasión que tiene el
niño de ser mirado por un ‘otro’ que lo autorice a tener
palabra propia –explica el doctor Manuel Rubio,
psicoanalista y docente de la UCA–.
Dada la prematurez biológica con que nace el bebé, requiere
no sólo de alimentos sino también de un estímulo social que
exige la participación del otro. Desde los estudios clásicos
de la década del 40 se sabe que para sostenerse vivo al
sujeto no le basta con haber sido ‘cuidado’, sino que se
requiere que un deseo humano haya sido puesto en él. Y el
festejo del cumpleaños pone en acto muchos factores
vinculados con ese deseo”.
Esta falta
de celebración no mejora con el tiempo, sino todo lo
contrario: una vez en edad escolar, los chicos de nivel
socioeconómico más bajo pasan su cumpleaños sin recibir un
reconocimiento en un 61,2% de los casos. ¿De qué se pierde
una criatura que no es festejada? Los cumpleaños –como
cualquier fiesta familiar son instancias donde se ponen en
acto las relaciones de parentesco y las transmisiones
simbólicas. El psicoanalista Manuel Rubio
pone un ejemplo:
“Imaginemos que llegan los abuelos con un regalo, una cosa
es que el regalo sea sólo para el que cumple años y otra es
que les lleven regalo a todos los hermanos. En ese solo
gesto se juega la posibilidad y la aceptación de la
diferencia. Una vez con el regalo en la mano (sea cual
fuere), una cosa es que el niño lo comparta con sus pares
invitados y otra que no lo haga”.
Estas
relaciones, estas formas de inscribirse en lo que los
especialistas llaman el “entramado social”, empiezan a
tallar en los niños durante la primera infancia: una etapa
con funciones de bisagra en cualquier ser humano. “Los
primeros cinco años de vida son bastante importantes en la
construcción de la subjetividad –explica
Lea Waldman, licenciada en
Educación y responsable de las preguntas realizadas para la
encuesta del Barómetro–. Hay cosas que suceden allí,
y que adquieren una dimensión importante en función del
desarrollo global. En lo que refiere al festejo de un
cumpleaños, ahí se pone en juego el nivel de reconocimiento
de la familia, la escuela o el ámbito donde el chico se
mueva; es un reflejo de la importancia que se le da a la
llegada de él al mundo”.
Según el
relevo realizado por el Barómetro de la Deuda Social,
existen niños de clase media y alta cuyos cumpleaños pasan,
también, sin pena ni gloria. Pero son los menos, ya que la
relación entre el festejo y la situación socioeconómica es
estrecha: las chances de celebrar que tiene un niño
perteneciente al 10% más pobre de la población son trece
veces menores a las que registran los niños del 10% más
rico. “Con los chicos que se desarrollan en condiciones
de pobreza hay una serie de indicadores que se van
concatenando y que tienen que ver con una construcción
óptima de la subjetividad –explica Waldman–.
Casualmente, los chicos más pobres
son los que conviven con varios tipos de carencia. No se
trata sólo de alimentación, sino de otras ausencias que
afectan el desarrollo de la personalidad. Y que no se
solucionan con pastillas, vitaminas o respuestas inmediatas.
Por eso son tanto más difíciles de reparar”.
A 9 DE
CADA 10 NUNCA LE LEYERON UN CUENTO.
El informe del Barómetro para la Deuda Social también
advierte que tres de cada cuatro niños pobres y menores de
cinco años no tienen quien les cuente un cuento. Esto
significa que hay 350 mil chicos en
situación de extrema pobreza que, además de carecer de
recursos estrictamente vitales, no tienen instancias de
comunicación didáctica con un adulto. “El relato de
un cuento es un momento dedicado al niño, donde además se da
respuesta a ciertas cosas que ocurren muchas veces en la
fantasía del chico, y que tienen una relación muy directa
con el tema del desarrollo del lenguaje”, advierte Lea
Waldman. En el caso de la llamada “segunda infancia” (de
los 6 a los 12 años) la situación es aún peor: el 88,5% de
los niños más pobres no escucharon nunca el relato de un
cuento. Y eso significa que carecen de muchas otras cosas.
Con un cuento, el niño aprende a escuchar y a ser escuchado,
y además alimenta su curiosidad. Pero, por sobre todas las
cosas, con un cuento –una de las tantas formas del lenguaje–
un niño logra ponerle nombre a la realidad en la que está.
Un paso importante, fundamental, para poder cambiarla en el
futuro. Josefina Licitra, para
el diario Critica de la Argentina.