15 de Agosto de 2009
Otra ofensiva que desnuda la precariedad institucional
La
Presidenta acusó al periodismo de practicar el "fusilamiento
mediático", en una nueva y furiosa embestida contra la
prensa. Desde que los Kirchner existen han convertido
en habituales las menciones peyorativas o deshonrosas hacia
la prensa. La propia Cristina Kirchner dijo en su momento
que prefería seguir el consejo de su marido, que le sugiere
no leer los diarios. Parecería, así las cosas, que el ex
presidente tampoco lee los diarios. Sin embargo, nada de lo
que parece es cierto. El matrimonio presidencial pasa más
tiempo leyendo los diarios, viendo televisión o analizando
resúmenes de lo que se dice en la radio que gobernando la
complicada Argentina de estos tiempos.
Llevamos
seis años, en efecto, de muy duras y permanentes
descalificaciones a la prensa. Desde que aterrizó en el
poder, Kirchner se erigió como un Quijote malo, dispuesto a
luchar contra la prensa porque ésta comete el habitual
delito de no ser unánime. Es exactamente lo que no debe ser.
Pero, ¿cómo explicarle eso a un líder que se propuso, y
lo consiguió, que en su natal Santa Cruz el periodismo fuera
uniforme y zalamero con los que mandan? ¿Cómo, cuando el
propio Kirchner está formado en una escuela política según
la cual una causa mesiánica, difusa y confusa, merece el
sacrificio de las libertades más esenciales del sistema
republicano? Imposible.
Un
problema adicional consiste en que ni siquiera está solo en
una región de renovadas desmesuras. Sus mejores amigos
entre los líderes latinoamericanos hacen cosas iguales o
peores que él. Hugo Chávez acaba de ordenar a ministros y a
jueces (así es el sistema de división de poderes en
Venezuela) el cierre y la persecución judicial de decenas de
radios y de Globovisión, el último medio televisivo
independiente de su país. Cristina Kirchner acaba de visitar
Venezuela y nada dijo sobre la situación de una libertad
esencial de la democracia, como es la de la prensa.
El
ecuatoriano Rafael Correa, eterno entusiasta de la
candidatura de Kirchner como secretario ejecutivo de Unasur,
anunció que cuando le tocara la presidencia pro témpore de
la alianza de países sudamericanos crearía "instancias que
defiendan a los gobiernos legítimamente elegidos de los
abusos de la prensa". Correa asumió ese cargo en los últimos
días. La presidencia de Unasur es rotativa y no tiene
ninguna función ejecutiva. Menos mal. ¿Podría proponer la
prensa la creación de instancias en América latina que la
defiendan de los gobiernos autoritarios y populistas?
En
verdad, el primer recurso que necesita la prensa, en la
Argentina al menos, es la reconstrucción del sistema
institucional y la recreación de los partidos políticos. Los
Kirchner son obsesivos con el periodismo porque éste es el
último puente independiente que quedó en pie entre ellos y
la sociedad. La prensa alcanzó un valor sobredimensionado en
la era kirchnerista porque su líder e ideólogo, Kirchner, no
ha hecho nada para edificar, luego de la crisis de principio
de siglo, un modelo republicano de país y un régimen de
partidos que arbitrara entre el poder y la sociedad. Los ha
destruido aún más. A eso le dedicó la mayor parte de su
tiempo como presidente o como hombre fuerte del país.
La
descalificación del periodismo, siempre con afirmaciones
falsas de cabo a rabo, ha sido el método preferido para
desautorizar la voz de la prensa independiente. Kirchner ha
hecho acusaciones sin pruebas, ha deformado la historia del
periodismo y ha instalado la idea de que los medios son
simples sicarios de un poder económico oscuro y oculto. Se
dedica obsesivamente a un medio o a otro, según el humor de
la temporada.
Nadie
podría discutirles a los Kirchner el derecho a aclarar una
información errónea, pero su intención no es ésa: consiste
en crear un clima social de sospecha hacia la prensa para
eliminar a sus expresiones aún independientes. Resulta, no
obstante, que el respeto de cada uno a sus deberes públicos,
y a los de los otros, forma parte del sistema democrático.
La democracia bien entendida es tan meticulosa en el
contenido de las cosas como en las formas de hacerlas.
Kirchner
se ha atribuido hasta el derecho de disponer de la vida o la
muerte de muchos medios periodísticos. Decenas de medios del
interior del país, y algunos de la Capital, no podrían vivir
sin la publicidad oficial. Los fondos estatales para
publicidad, creados al solo efecto de dar a conocer las
decisiones y los actos del Estado, se han convertido en
herramientas de propaganda oficial y de extorsión a la
prensa.
Las
cifras y los destinatarios de esa publicidad, que se conocen
una vez al año, son patéticos por su arbitrariedad y, lo que
es peor, por su intencionalidad. Hasta el despilfarro para
los amigos; el hambre y la sed para los enemigos.
Ultimamente esa política de persecución ha ido más allá.
Funcionarios importantes del Gobierno (de los servicios de
inteligencia, más precisamente) iniciaron causas judiciales
por calumnias e injurias contra directivos de LA NACION. Ni
siquiera cuestionaron la información, sino la opinión.
¿Estaremos ante un gobierno que cree que existe el delito de
opinión?
Los
ministros callan, escondidos debajo de los escritorios. Los
voceros no hablan; son mudos, ciegos y sordos. Ningún
teléfono funciona para que el periodismo pueda cumplir con
su obligación de chequear la información que le llega. Sólo
algún funcionario cercano a Kirchner o el propio ex
presidente reciben a algunos periodistas. Eso no
resuelve el problema. Kirchner es el primer político que
debería ser chequeado por el periodismo serio: su compromiso
con la verdad suele ser nulo. El obstáculo surge de nuevo,
intacto e inabordable, porque no hay formas conocidas de
chequear nada. La información crucial, concentrada en muy
pocas manos, es tratada como una propiedad personal del
mandamás del Gobierno.
Gran
parte de la pasada campaña electoral del oficialismo se hizo
también con el anuncio de reformas a la ley de
radiodifusión. Cualquier ley es perfectible siempre y cuando
exista un clima previo para perfeccionar y no para perseguir
con tales reformas. La persecución es lo que prevalece hasta
ahora. El Gobierno optó, por ejemplo, por hacer un debate
abierto en el país para levantar el polvo de la polémica y
para analizar sus sectarias ideas sobre los medios
audiovisuales. Si existiera un propósito bueno y genuino
habría enviado el proyecto al Congreso para que sean las
cámaras legislativas las que realizaran las audiencias
públicas.
La lista
de agravios a la prensa es aún más larga. Ni siquiera Hugo
Moyano, el más kirchnerista de los dirigentes sindicales (¿o
el único?), evitó la tentación de hacerle un buen favor al
ex presidente. Varias veces intentó bloquear la salida de LA
NACION y de Clarín , clausurando la calle que los talleres
comparten. No tiene pleitos con los diarios; sólo dirime,
así, sus frecuentes broncas con otro sindicato. El Gobierno
nunca condenó el método de Moyano.
La marea
latinoamericana donde Kirchner mejor se inscribe y la
creciente ofensiva local contra la prensa presagian malos
tiempos para el periodismo. Sólo una certeza resalta: ya
nada cambiará nunca en la crispada relación de los Kirchner
con el periodismo sin compromisos políticos. Al periodismo
independiente le queda el deber irrenunciable de no perder
nunca su autoridad moral ni su razón de existir, que
consiste en sostener una mirada crítica del poder. No debe
prestarse a "fusilamientos", pero tampoco debe permitir que
lo fusilen.
Reproducción textual de la columna del
politologo Joaquín Morales Solá , en el Diario La Nación