SIN GESTIÓN
NI LIMITES
SIN NADA!!!

15  de Octubre de 2008
 

Las inconsistencias de la política económica, agravadas ahora en sus efectos por la crisis internacional, encuentran al Gobierno sumergido en un largo letargo. El signo más evidente de ese estado es que la histórica tormenta que se está registrando a escala global encuentra a la Argentina con su Ministerio de Economía casi clausurado y con un Banco Central cuya autonomía fue reducida al grado cero. La reclusión de la Presidenta en El Calafate este fin de semana se ofrece como una metáfora casi perfecta del problema.

La hecatombe de la economía mundial no hace sino exagerar la percepción de males preexistentes. La hiperactividad protocolar, el recurso cotidiano a los medios de comunicación para anunciar decisiones irrelevantes, la organización del proselitismo en torno de la propaganda de la obra pública, no alcanzan para disimular el extraordinario déficit que exhibe el gobierno de Cristina Kirchner. Igual que el de su esposo, si se lo mide por la calidad de gestión.

La muestra más elocuente de esa debilidad es la escasa capacidad de anticipación que exhibe el Gobierno ante los problemas que se perfilan en el horizonte. El país está a punto de acostumbrarse a que los funcionarios operen sobre la realidad cuando ésta estalla en crisis. Así, parece que se comienza a prestar alguna atención al narcotráfico cuando las bandas internacionales ya se hallan instaladas en el conurbano bonaerense. O se espera que Hugo Chávez cobre una tasa del 15 por ciento por sus préstamos para procurar recomponer, mal y tarde, el vínculo con los mercados internacionales de crédito.

Áreas muy relevantes de la economía, como la agropecuaria o la energética, fueron sometidas en estos años a los rigores de una mala praxis que se debió tanto a la baja capacitación de los funcionarios como a los extravíos ideológicos de la conducción política. Si los efectos de la incompetencia no se hicieron más evidentes ha sido porque el Tesoro contó hasta hace poco con recursos extraordinarios como para disimular el impacto de los errores.

El desaliento a la extracción de hidrocarburos y a la producción de combustibles ha sido compensado con costosísimas importaciones de gas, gasoil y fuel oil. En ése, como en otros campos, la emergencia ha dejado de ser un fenómeno extraordinario entre nosotros. La sana microeconomía, las políticas sectoriales, brillan por su ausencia desde hace años. A cambio, se destruyeron extensas áreas productivas mientras se inventaba de nuevo la rueda con intervenciones cada vez más rudimentarias y distorsivas sobre los mercados.

Numerosas razones explican el deterioro del gerenciamiento de los asuntos públicos. La más importante es una concepción de la política que consagra al corto plazo (el de la publicidad, el del marketing) como único plazo. La actual administración despilfarra tiempo valiosísimo para realizar anuncios superfluos, como la apertura de sobres de prefactibilidad de una licitación ferroviaria. A menudo, una misma obra merece cuatro o cinco ceremonias de inauguración, lo que no garantiza que se vaya a concluir.

Cuando logra abstraerse de las rutinas proselitistas, el Gobierno las reemplaza por experimentos fallidos. La semana pasada se anunció la formación de un comité de seguimiento de la crisis internacional integrado por los funcionarios del gobierno que manejan recursos. El reporte de la primera reunión de ese grupo consignó que las discusiones fueron conducidas por el ex presidente Kirchner por la vía telefónica.

El método actual de trabajo empeora la gestión. El gobierno de los Kirchner se reduce, en materias múltiples como la economía o la infraestructura, a la voluntad de un solo hombre, que además no tiene formación académica en ninguna de las cuestiones involucradas. Como acaba de afirmar el ex secretario del Tesoro de los Estados Unidos Lawrence Summers, de visita en nuestro país, "con la crisis ha llegado el tiempo de los especialistas".

La concentración de las decisiones promueve actos de gobierno atolondrados, erróneos y, además, onerosos. El caso de la venta de bonos a Venezuela, más allá de la transparencia que le falta, demostró el extraño desapego que el Gobierno tiene por el saber técnico. En la segunda o tercera línea de la Secretaría de Finanzas podrían haber advertido a la Presidenta que estaba por cometer un costosísimo desacierto.  

Lo mismo vale para la decisión de pagar al Club de París sin que medie negociación alguna, con la candorosa expectativa de que la decisión iba a ser aplaudida por los mercados financieros. Es sabido que esos mercados son celosos del uso de las reservas del Banco Central porque tienen la expectativa de que, in extremis, el Gobierno cumpla los compromisos del próximo año con tales recursos. La operación fue realizada de tan mala manera que la señora de Kirchner debió disponer de un decreto de necesidad y urgencia para habilitar un pago que, ahora, ha sido puesto en duda por muchos especialistas.

Resultados como ése son inevitables cuando se concentran las decisiones, gravitan más los impulsos que la reflexión serena y se menosprecian los conocimientos especializados. Desde 2003 los Kirchner confiaron la política de telecomunicaciones, agropecuaria, energética y bancaria a un mismo funcionario, Guillermo Moreno. ¿Demostró, acaso, la versatilidad de Leonardo Da Vinci?

El Estado argentino derrocha recursos humanos para su alta gerencia. Una demostración contundente de eso es la del servicio exterior. La Cancillería ha relegado a navegar por Internet, casi siempre por brumosas razones ideológicas, a decenas de embajadores con gran experiencia profesional mientras la planta de contratados se amplía sin cesar.

Como órgano interdisciplinario de intercambio de ideas, el gabinete ha sido hasta aquí un ente imaginario. Algunos ministros protagonizan el simulacro de una gestión ya que las materias de su competencia son confiadas a funcionarios ajenos a su cartera. Por eso Julio De Vido es el encargado de las negociaciones con los sindicatos y Claudio Uberti fue el verdadero embajador en Venezuela hasta que se detectó la valija de Guido Antonini Wilson en Aeroparque. El método es poco aconsejable: cuando se montan administraciones paralelas al organigrama institucional, la corrupción no parece un accidente sino un fenómeno inevitable.

El caso extremo de esta desaconsejable estrategia es la participación de un particular, el esposo de la Presidenta, en las decisiones de Estado. Quien debió alejarse de la función pública el 10 de diciembre pasado no sólo negocia aumentos salariales con los sindicatos sino que lleva la voz cantante de la política exterior en entrevistas con diplomáticos extranjeros, como el subsecretario de Estado de los Estados Unidos Thomas Shannon. Saludado en su momento como el líder que restauró la autoridad presidencial después de un ciclo que bordeó la anarquía, acaso Kirchner sea recordado en el futuro como uno de los políticos que más desmereció la principal magistratura. Reproducción del editorial en el Diario La Nación del 12-10-08