22 de Agosto de 2008
Una pena que el trámite de la ley de
estatización de Aerolíneas Argentinas sea tan apresurado. La
propuesta que envió Cristina Kirchner al Congreso demuestra,
por la vía del absurdo, que el debate sobre la relación del
Estado con las empresas privadas, sobre todo las prestadoras
de servicios públicos, es cada vez más indispensable.
Basta con leer los fundamentos del texto que
se discute en el Congreso. Una pieza que alcanzará la
celebridad jurídico-literaria por lo excéntrica. Si no es
que las confesiones de invierno que allí se vuelcan terminan
complicando al secretario de Transportes en los tribunales.
El mensaje de la Presidenta a las cámaras reconstruye la
historia de Aerolíneas. Una vez agotada en siete fojas la
canónica maldición sobre las privatizaciones, demuestra
hasta el cansancio que el sector público es incapaz de hacer
cumplir las normas a las empresas sometidas a su regulación.
Moraleja que no cabía esperar de un proyecto de
estatización.
El texto va de esa incongruencia a la
autoincriminación. El Poder Ejecutivo afirma que, a partir
de la llegada de Néstor Kirchner al gobierno, el Estado
-como agente de contralor y a la vez socio minoritario-
rechazó los balances de la compañía por las irregularidades
detectadas. Lo mismo sucedió, afirma, en 2004 y 2005. Es
decir, durante tres años Marsans insistió en sus vicios sin
que la gestión Kirchner pudiera evitarlo (siempre que en
esos balances no aparezcan, como sospecha algún experto,
sorprendentes fondos oficiales).
Al contrario, el gobierno actual admite que
su antecesor -también con Jaime en Transportes-, "sin
perjuicio de todas estas irregularidades", mantuvo las rutas
a Aerolíneas y que "para garantizar la continuidad de la
empresa y facilitar su acceso al crédito (atento a que en
tres años vencían las rutas concesionadas) se le renovó la
concesión para explotar servicios".
Como si lo anterior no se hubiera dicho, dos
fojas más adelante, los fundamentos que remitió la
Presidenta citan el Código Aeronáutico para recordar que no
se pueden dar concesiones sin constatar previamente la
capacidad técnica y económico-financiera del explotador.
A continuación, el proyecto de la señora de
Kirchner consigna varios acuerdos con el grupo Marsans -en
uno de ellos se amplió la participación del Estado- con la
intención de corregir los incumplimientos. Ese propósito no
se alcanzó, a pesar de lo cual el Gobierno confiesa haber
desistido de las acciones judiciales que había iniciado por
la incorrección de los estados contables de la empresa a lo
largo de tres ejercicios.
También recuerda que en noviembre de 2007 el
Estado intentó combatir los vicios ampliando su
participación en la empresa al 20% del capital accionario.
Pero reconoce que tampoco de ese modo alcanzó su objetivo.
Como si fuera una broma, el texto pasa a
enumerar los innumerables controles que la autoridad
aeronáutica debe ejercer sobre las compañías. Pasaron ya 5
años desde que Jaime está en el poder sin tomar esos
recaudos.
Para finalizar con esta confesión
autodestructiva, el Gobierno recuerda que está obligado por
ley a verificar toda la estructura del negocio aerocomercial
y, sobre todo, los estados contables de las empresas. Un
poco antes había admitido que durante años a Aerolíneas no
se le aprobaron los balances.
En síntesis: a lo largo de 25 fojas, el
ministro de Planificación, Julio De Vido, con la candorosa
escolta de Sergio Massa, demuestra, en extraño consenso con
la oposición, su fracaso de un lustro en el control sobre
una empresa que llegó, según ese mismo relato, a una
situación tan calamitosa que debe ser estatizada.
Este es el fallido lógico más relevante de
toda la argumentación: ¿por qué se propone al Estado como
operador de Aerolíneas si ni siquiera pudo controlarla?
El proyecto ofrece otras curiosidades. Una
atañe a Massa. El artículo 8 establece que todos los
organismos del Estado están autorizados a transferir
recursos a Aerolíneas para garantizar sus prestaciones y
"los gastos derivados de la compra" (se supone que esos
recursos deberían asignarse a la entidad adquirente, no a la
adquirida).
* * *
La enumeración de esos organismos es
impensable, como aquella clasificación de los animales de la
enciclopedia china imaginada por Borges. Massa y De Vido
autorizan a derivar fondos y prestar asistencia financiera a
esas compañías de aviación "a las jurisdicciones, entidades,
fondos fiduciarios y empresas públicas del sector público
nacional y al sistema financiero público y privado (sic)".
Esas transferencias, se establece, le serán
"informadas" a la Jefatura de Gabinete para que, a su vez,
las consigne en su memoria ante el Congreso.
La afirmación supone una reforma
constitucional, ya que el jefe de Gabinete es el único
habilitado para reasignar recursos. Es raro que Massa se
resigne a que sólo le informen. Debería consultar a un
abogado.
Más raro todavía es que el Gobierno quiera
dar fuerza de ley a un procedimiento que ya puso en práctica
con algún riesgo penal: De Vido y Jaime transfirieron a
Aerolíneas más de 200 millones de pesos sin siquiera una
autorización de Massa, cuando -más que eso- hacía falta una
ley o un decreto de necesidad y urgencia.
Era previsible que con estas falencias
jurídicas y políticas Cristina Kirchner consiguiera otro
fracaso en el Congreso. Los diputados oficialistas
rechazaron el corazón de su envío: el acta firmada por el
Poder Ejecutivo y el grupo Marsans. Otra mala experiencia
después de las retenciones móviles. Y un mal augurio: antes
de fin de año, la Presidenta deberá conseguir que le
aprueben la ampliación del presupuesto de 2008, el
presupuesto de 2009 y la renovación de la ley del cheque y
de la ley de emergencia económica, sobre la que se sostiene
casi toda la arquitectura de la administración. Reproduccion
textual de la nota
Por
Carlos Pagni para LA NACIÓN
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