El debate sobre la estatización de Aerolíneas
Argentinas representa una oportunidad para reflexionar sobre
las ideas que ha desarrollado el peronismo desde 1945; una
cuestión no del todo atendida, a pesar de tratarse de la
fuerza política dominante durante seis décadas.
El solo hecho de su extendida vigencia, que
no ha disminuido tras la muerte de su fundador, constituye
un caso atípico en las naciones occidentales que de por sí
debería ser motivo de análisis esclarecedores. Sin embargo,
la excusa esgrimida más a menudo para no ingresar en el
laberinto ideológico de los peronistas radica, precisamente,
en la ambigüedad de su doctrina; un eufemismo para calificar
la versatilidad de sus convicciones intelectuales, capaces
de albergar, sin contradicción, el protofascismo del primer
Perón, el setentismo montonero, el conservadurismo menemista
y, en estos días, el neopopulismo kirchnerista, merecedor
largamente de este calificativo por su calculado regreso a
las fuentes más rancias de los años 40, luego de haberse
anoticiado de las dificultades de su proyecto transversal.
¿Cuál es, entonces, la raíz de la vigencia
del peronismo? Para ensayar una respuesta, que
necesariamente será escueta por las restricciones propias de
un artículo, tenemos a mano la posición que defiende el
Gobierno en el delicado problema de Aerolíneas Argentinas,
que no es otra que la posición que han impulsado los siete
sindicatos que conviven en la empresa aérea.
Con esto deseamos expresar que la esencia
final del peronismo radica y es sinónimo de sindicalismo: el
peronismo es el partido sindical argentino. El peronismo
químicamente puro consiste en el usufructo del sindicalismo
organizado que, por esta razón, es definido como la columna
vertebral del movimiento. Se podrá decir que el peronismo
abarca otros sectores, pero lo cierto es que, cuando todas
sus ?ramas? flaquean, su dependencia de los sindicatos se
vuelve manifiesta.
Esta cohabitación contra natura de la CGT con
un movimiento político es la única explicación plausible de
la persistencia del peronismo en la sociedad argentina. Los
sindicalistas tienen la peor imagen pública, son acusados
una y otra vez de enriquecimiento a costa de sus afiliados,
ejercen métodos de presión directa incompatibles con las
instituciones democráticas y son los únicos dirigentes que
se perpetúan en el poder durante décadas. Pero ello es así
porque cuentan con la protección de una legislación
anacrónica que no otorga la personería jurídica a
organizaciones opositoras y no promueve, por tanto, la
libertad sindical. Mientras no se reforme la estructura
sindical argentina a la altura del siglo XXI, la sinuosa
ideología peronista seguirá predominando en el país.
Despojado de cuestiones partidistas, en el
caso de Aerolíneas Argentinas es evidente que el matrimonio
presidencial apoya, vis a vis, la solución propuesta por los
gremios, que puede resumirse en que el Estado argentino se
haga cargo de una empresa con una deuda sideral, asuma un
abultado déficit operativo diario a expensas del presupuesto
nacional, cuente con la ventaja del monopolio de las mejores
rutas, quitando incentivos a otros participantes del
mercado, y todo con la esperanza incierta de brindar un
servicio de calidad.
Para movilizar a la opinión pública en favor
de este dislate, se apela a dos argumentos principales:
garantizar la fuente de trabajo de nueve mil familias y
asegurar que existan vuelos a todas las provincias del país.
Esta solución es inviable: pensar que la
administración conjunta del Estado y siete sindicatos,
seguramente un récord internacional para una empresa del
tamaño de Aerolíneas Argentinas, serán capaces de equilibrar
las cuentas de la empresa, invertir en modernizar la flota
de aviones y atender las necesidades crecientes de
transporte aéreo de los argentinos, es una ingenuidad, que
además no aprende de nuestra historia de fracasos en materia
de empresas públicas.
Veamos los dos argumentos invocados. Toda
persona de buena voluntad no desea que un grupo de
trabajadores pierda su empleo; la cuestión es si, basado en
este objetivo, el Estado debe intervenir cada vez que una
empresa privada con cientos de empleados está técnicamente
en quiebra. ¿Debería el Estado hacerse cargo de la
curtiembre de los Yoma, del Hospital Francés, del
frigorífico Santa Elena, de las deudas recurrentes de las
obras sociales sindicales o mantener funcionando la planta
de Sierra Grande? ¿No implica restar recursos para atender
prioridades como desarrollar la infraestructura que
posibilite el progreso económico y mejorar la educación y la
cultura, la salud, la justicia, la vivienda, las
jubilaciones, un seguro de desempleo suficiente y planes
dignos para mitigar la pobreza?
El país prosperó hasta la Segunda Guerra
Mundial, cuando el Estado se concentró en estos rubros y
permitió que la iniciativa privada se ocupara de crear
riqueza. El desvío ya practicado de partidas presupuestarias
destinadas a viviendas y erradicar villas de emergencia para
pagar gastos corrientes de Aerolíneas no es ético desde la
perspectiva de la justicia social: se estima que menos del
5% de la población realiza vuelos en el país mientras que
los índices de pobreza son gravísimos y alcanzan a millones
de compatriotas.
Con respecto al mapa de vuelos, está claro
que en los vuelos internacionales existe una oferta variada
y de calidad que no justifica la asignación de centenares de
millones de dólares para contar con una aerolínea estatal.
Con respecto al mercado interno, con una adecuada
desregulación y reglas de juego estables y a largo plazo,
surgiría una oferta de primer nivel, tal como sucede, por
ejemplo, en el transporte terrestre de pasajeros.
No es difícil imaginar qué sucedería si el
Estado argentino decidiera estatizar las empresas privadas
del sector. Cuando se critica que el Estado despilfarre
fondos cuantiosos en el proyecto del tren bala, en lugar de
invertir en la red ferroviaria, se usa la misma línea de
razonamiento que se intenta sostener en este artículo: a la
demagogia de barricada es hora de oponer análisis serios
sobre la mejor forma de asignación de los recursos
estatales, que siempre son escasos. Porque tampoco está
claro qué diría hoy la opinión pública si se les planteara
comprar una red de ferrocarriles privados en aproximadamente
14.000 millones de dólares actuales, que fue lo que pagó
Perón a los británicos en 1947.
El personal de Aerolíneas Argentinas es de
altísimo valor y su formación lleva años de entrenamiento.
Con una política de aeronavegación consensuada entre todos
los partidos políticos, que sea permanente, aparecerían
grupos privados más que interesados en absorberlo y
ofrecerles mejores condiciones que las que les ofrecerá el
Estado argentino en el mediano plazo.
Pero claro,
en este caso, los líderes sindicales, coautores junto con el
Gobierno de la debacle de Aerolíneas, los primeros por usar
a los usuarios de rehenes de sus medidas de protesta, el
segundo por no ejercer su potestad de control, habrán
perdido su cuota de poder e impunidad. Y el gastado discurso
peronista de los años cuarenta no podrá proclamar en los
actos públicos, que esos mismos sindicalistas organizan con
escasa espontaneidad, la recuperación de nuestra línea de
bandera, aunque ello sea a costa de derrochar recursos que
estarían mucho mejor invertidos en atender necesidades
básicas del pueblo argentino.
Reproducción textual de la nota
Por Alejandro Poli Gonzalvo ,
Para LA NACIÓN