ABSURDA ELECCIÓN
DE ICONOS CULTURALES

01 de Septiembre de 2008

En los últimos tiempos, la Argentina parece empeñada en perder oportunidades. Aunque correspondería decir que son las autoridades argentinas las que suelen despreciar todas y cada una de las ocasiones que se le ofrecen al país de ocupar lugares de importancia, acordes con cierta tradición e historia que cada vez quedan más atrás en el pasado.

No ha sido distinto ahora, cuando un comité organizador local comenzó a preparar la representación, como país invitado, en la Feria del Libro de Francfort de 2010, invitación que se ha cursado porque la Argentina celebrará en ese año el Bicentenario de la Revolución de Mayo. Que un país sea invitado oficialmente -hecho que se conoce con una antelación de más de dos años- significa que contará con un pabellón gratuito (en este caso, de 2500 m2) y otro que compran los editores para exponer su oferta y vender derechos de autor. Es decir, una oportunidad inigualable para que la Argentina pueda mostrar todo lo que sus escritores, editores y productores de cultura deseen presentar a la opinión internacional.

Esa es la característica principal de la Feria de Francfort (a diferencia de la argentina, que tiene el acento puesto en el lector): un lugar donde se venden y se compran derechos de autor, y los libros y sus creadores circulan entre el circunscripto universo de las editoriales, los libreros, los agentes literarios y el mercado editorial. De más está decir que cada país invitado trata de desplegar todos sus atractivos culturales para captar la atención del resto de los países asistentes y hacer buenos negocios.

Hasta los que no están muy interesados en el mundo del libro pueden comprender entonces que esta oportunidad no debe ser desaprovechada y que por ello se impone una elección muy cuidadosa de aquellas figuras o íconos culturales con los cuales se quiere representar al país. Sin embargo, como ya ocurrió otras veces en temas culturales, la propuesta oficial se caracterizó por su arbitrariedad y terminó suscitando una fuerte controversia.

Efectivamente, la Presidenta propuso que el país estuviera representado por cuatro figuras muy populares entre los argentinos, pero sin reconocimiento en el mundo literario: Eva Duarte de Perón, Carlos Gardel, Diego Armando Maradona y Ernesto Che Guevara. Los más directos interesados, los editores, se enteraron de la lista en una reunión convocada por la conductora del comité organizador de la representación argentina en Francfort, la embajadora Magdalena Faillace, con la consiguiente sorpresa al ver que ninguna figura descollante de la literatura argentina figuraba en ella. El resto es historia conocida: producidos el escándalo y la polémica, se sumaron a último momento dos nombres ilustres e inobjetablemente literarios, los de Jorge Luis Borges y Julio Cortázar, como una manera rápida de intentar restaurar la calma en los ámbitos culturales y zanjar la cuestión. Claro que igualmente se podría haber incluido, por citar sólo algunos nombres, a Ernesto Sabato, Leopoldo Marechal, María Elena Walsh o Adolfo Bioy Casares, aunque en rigor de verdad el primero en encabezarla debería ser ese gigante literario que fue Domingo Faustino Sarmiento, el autor de Facundo y Recuerdos de provincia .

Una vez más, la sesgada visión "ideológica" intervino de manera imprudente en un tema que podría habernos deparado más de un momento de felicidad. Es cierto que, de hacerse una compulsa generalizada, muchos serían los nombres que los argentinos podríamos sugerir para integrar una lista de iconos de la "argentinidad". Lo que ocurre -y fue lo que se perdió de vista en este caso preciso- es que la Feria de Francfort es una feria eminentemente cultural y literaria, probablemente la vidriera más impresionante para dar a conocer internacionalmente la riqueza de una cultura. Por eso, la India, como país invitado en 2006, acudió con toda su literatura, su gastronomía y hasta con el cine de Bollywood. Igualmente representativo fue en 2007 el desembarco de Cataluña, que a pesar de no ser un país gozó de la deferencia de ser "región invitada" por la trascendencia de su literatura en lengua catalana, una oportunidad que con inteligencia los catalanes utilizaron también para revalidar políticamente su derecho a la autonomía.

Como se ve, la soberbia y la ignorancia han sembrado nueva e innecesariamente la desunión y el disenso en parte de una sociedad que con muchas dificultades y mucho dolor intenta una y otra vez superar los tramos más oscuros de la historia reciente, para sacar enseñanzas de lo vivido y mirar hacia adelante.

Estos cuatro íconos populares, elegidos tan sectariamente, pueden representarnos o no, según el punto de vista de quien lo considere, pero seguramente no dejarán satisfechos a la mayoría de los argentinos. Reproducción textual de la columna editorial del diario La Nación del 29-08-08