08 de Septiembre de 2008
La producción de origen agropecuario ha
debido sortear en los últimos tiempos no sólo las políticas
obstruccionistas del gobierno nacional sino también la que
de manera periódica y con una prepotencia propia de matones
ejercitan los sindicalistas más próximos al oficialismo.
Como si se tratara de una concertación de
esfuerzos destinados a perjudicar las actividades del campo
y de las industrias asociadas a su desenvolvimiento, ahora
resulta que empresas exportadoras de granos deben
enfrentarse con los piquetes de la "patria sindical" que
traban la entrada y salida de vehículos de sus fábricas.
Dada la facilidad con la cual las usinas de
un supuesto pensamiento nacional y popular prodigan motes a
cuanto sector del país oponga reservas a sus urdimbres,
nadie habrá de incomodarse por aquella apelación. ¿Qué mejor
nombre, en efecto, que el de "patria sindical" para quienes
se desplazan por todos los ámbitos del país como si éste
fuera una pertenencia privativa de organizaciones previstas
para cumplir ciertos papeles específicos, y ceñidos en
teoría a la ley, de carácter laboral y social?
Desde hace una larga semana, centenares de
camioneros han bloqueado los accesos de mercaderías en las
terminales portuarias de Bunge y Born en San Lorenzo y en
Ramallo, y en las últimos horas extendieron a las plantas de
Quequén y Bahía Blanca esta medida de fuerza que constituye
lo que comúnmente se denomina apriete. Llama la atención que
las mismas empresas involucradas en controversias con el
Estado por demanda de pagos de derechos de exportación se
vean en la instancia de atender otro frente de conflicto
requerido de atención simultánea con aquel otro.
Nidera, Cargill, Dreyfus, Molinos Río de la
Plata y otras firmas dedicadas a la exportación de cereales
están por igual en la mira del Sindicato de Camioneros como
semanas atrás lo estuvieron empresas cementeras. Con el
lenguaje dramático del caso ("alerta, paro, movilización")
este agrupamiento sindical ha dispuesto un bloqueo por
tiempo indeterminado sin que un solo fiscal o juez, que se
sepa, haya intervenido a fin de que cesen medidas que por sí
perturban el orden público, lesionan cuantiosos intereses
privados, dañan el flujo de bienes y servicios hacia el
exterior, y constituyen un claro hecho de violencia.
Granos, pellets y aceite de soja figuran
entre los productos afectados, que son de excepcional
significación para las alicaídas finanzas del país, pues
están en el corazón de una agroindustria que participa del
55 por ciento de las exportaciones totales argentinas.
Estamos hablando de unos 30.000 millones de dólares al año.
La parte sindical demanda un supuesto
blanqueo de trabajadores "en negro" y el cumplimiento de un
convenio laboral que las empresas afectadas consideran tan
inexistente como los fundamentos del otro reclamo. Ha dicho
el Centro de Exportadores de Cereales, en nombre de sus
miembros, que "no somos dadores de carga, por lo que no
contamos con flete". Es decir, que no hay materia alguna
para discutir con los camioneros y que, por lo tanto, si
hubiera requerimientos por hacer, éstos tendrían que
realizarse ante acopiadores y cooperativas.
Es hora de que el país quede libre de
situaciones paralizantes de sus actividades ordinarias,
situaciones generadas por razones políticas y ejecutadas
mediante el recurso de la fuerza. Apresurar en esa dirección
el reloj, antes que retardarlo, es una responsabilidad
gremial que debería ser asumida por los camioneros con más
espontaneidad y entusiasmo que otros representantes de la
vida sindical. A esa responsabilidad llama el hecho de que
el señor Hugo Moyano tenga en sus manos la actual conducción
de la CGT. Editorial del Diario La
Nación, Reproducción textual del 5-08.2008
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