07
de Octubre de 2008
La mala educación genera pobreza
Suele decirse que cuando las cosas andan
bien es tiempo de ocuparse de los problemas de fondo más
importantes, porque cuando las cosas están mal lo prioritario
es lo urgente y lo de fondo es relegado. Sin embargo, cuando
las cosas están difíciles tal vez es un buen momento para
atacar también los problemas de fondo, aunque no sean los más
urgentes. En medio de una crisis, los responsables deben
buscar remedios inmediatos; pero alguien, también, tiene que
pensar qué hacer para evitar que la crisis se repita.
La Argentina arrastra desde hace tiempo dos problemas de
fondo: la baja competitividad de su economía y la enorme
proporción de personas muy pobres y marginales. Creo que se
trata de un solo problema con dos caras: la economía no puede
ser muy competitiva si dos tercios de la población están por
debajo de los estándares medios de productividad y capacidad
individual del mundo actual; y las personas que están aún más
abajo en esos términos, quienes carecen de toda calificación y
todo conocimiento, no pueden sino ser pobres y, lo que es
peor, no pueden sino estar condenados a seguir siendo pobres.
Siempre es posible aplicar parches a la baja competitividad de
muchas empresas y a la pobreza extrema de muchas personas.
Pero para atacar esos problemas de fondo el camino es la
educación.
Uno de los factores más importantes que explican por qué la
Argentina tuvo un desarrollo social destacado hasta mediados
del siglo XX es que, desde fines del siglo XIX, tuvo un
sistema de educación que funcionó. En pocas décadas, la
escuela pública acompañó el crecimiento de la economía
motorizado por la producción agropecuaria. La educación
facilitó la emergencia de una clase media y una clase
trabajadora urbanas con las calificaciones necesarias para las
exigencias de la época. La Argentina alcanzó indicadores
educativos superiores a los de cualquier otro país de habla
hispana.
La educación es siempre una fábrica de personas con
conocimientos pero es también una fuente de expectativas y
aspiraciones sociales. Así fue en la Argentina de aquellas
décadas de alto crecimiento económico. Cuando el crecimiento
de la economía se desaceleró fuertemente a partir de la década
del 30 pero la expansión educacional no se detuvo, las
aspiraciones continuaron creciendo. En los años del gobierno
de Perón, por ejemplo, la matrícula en la enseñanza secundaria
prácticamente se duplicó, además del alto crecimiento de la
enseñanza técnica y profesional. En los años siguientes el
mayor crecimiento fue el de la matrícula universitaria. Las
consecuencias no fueron menores. Con una economía creciendo
poco, y a veces nada, se generó un exceso de demandas
ocupacionales por parte de personas que aspiraban a un trabajo
acorde a su educación, por encima de las posibilidades de
satisfacer esas aspiraciones y, después, demandas políticas
que tampoco se satisfacían.
Las consecuencias fueron una presión social por ocupaciones de
clase media que llevó en varias provincias a la expansión del
empleo público, y procesos políticos que llevaron a muchas
personas de formación superior a cuestionar el sistema
institucional por distintas vías. Eso, a su vez, contribuyó a
un progresivo deterioro de la calidad educativa, que se hizo
sentir particularmente en la educación primaria disponible
para las clases bajas y en la educación secundaria en general.
El mundo sigue cambiando. La humanidad entró a una era de
globalización, cambios tecnológicos constantes y proliferación
de los conocimientos. Los estándares de competitividad que
rigen en el mundo en esta era plantean nuevas exigencias
laborales. Algunos sectores de las clases medias y también de
la clase obrera pueden satisfacer esas exigencias porque
disponen de una educación acorde a ellas o de las aptitudes
para adaptarse. Pero otros no pueden, porque la educación que
han recibido es insuficiente. El impacto de la globalización
sobre nuestro país es dual: por un lado facilita la
modernización productiva de muchas industrias, por otro lado
destruye o amenaza destruir a muchas otras. En el balance,
durante los años 90, aunque la economía creció, el desempleo
aumentó dramáticamente, y en la presente década el desempleo
ha descendido notablemente pero eso a costa de salarios reales
bajos y subsidios altos. El saldo más negativo recae sobre la
clase media con educación de mala calidad.
La educación y los conocimientos disponibles son hoy una línea
divisoria de la sociedad; de hecho, esos factores han partido
a la clase media en dos. Para decirlo en forma sucinta: la
distribución del conocimiento en la sociedad es más desigual,
y más desintegradora que la distribución de la riqueza.
La prioridad es empezar a mejorar el sistema de educación. Por
supuesto, el problema no se agota en eso; pero sin esa
condición es difícil imaginar soluciones. La clave no es
cuántos años de educación formal alcanzan las personas, ya que
en muchos casos aun asistiendo a la escuela no aprenden nada.
En general, la clase media y obrera urbanas tiene acceso a una
educación primaria razonable; en cambio, las clases bajas
generalmente no lo tienen –aun más, muchos niños pobres no van
a la escuela y muchos otros sólo encuentran en ella contención
y alimentación, no educación propiamente dicha–. El nivel
secundario se ha deteriorado prácticamente para todos. La
educación técnica fue casi desmantelada años atrás y ahora hay
una modesta pero importante recuperación. En la educación
superior hay de todo y quienes buscan aprender en ese nivel
normalmente pueden hacerlo; pero en muchísimos casos lo cierto
es que es posible pasar por ella y salir con un título bajo el
brazo sin haber aprendido nada.
No hay prioridad ni urgencia del momento que justifique no
empezar a recorrer el camino para mejorar nuestra educación
desde su raíz. Los países que han encarado ese camino se están
destacando en el mundo de hoy, del mismo modo que la Argentina
se destacó en el mundo de hace un siglo.
Manuel
Mora y Araujo.
Sociólogo,
su columna para el
Diario Perfil.
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