Un grande desde pequeño, un grande siendo grande...

31 de Octubre de 2006

Tuvo diverticulosis y zafó. Sufrió un cáncer de vejiga y lo superó. Hace unos meses un auto lo revoleó en el microcentro y, por eso, en agosto último debió afrontar una operación de columna. Ahora no sólo está de vuelta en pie -"contra viento y marea", como le gusta repetir-, sino que representa, por lo menos, veinte años menos de los 83 que acusa. Erguido, de muy buen ánimo y mejor aspecto, con esa voz increíble (e intacta) con la que ocupó tantas sintonías radiales durante décadas, don Hugo Adelmar Tiburcio Guerrero del Avila Marthineitz - el negro Guerrero, para qué tanta vuelta- le pone el pecho a la vida, otra vez, y quiere ir por más si es que lo dejan. El peruano, que ya a los 17 años andaba medio pegado a los micrófonos en su Lima natal, que estudió teatro dos años en Chile y que trabajó tres más en Uruguay, recaló para siempre en nuestras costas, allá por 1956.
Cayó entonces en medio de un éter excitado y sobresaturado de voces aceleradas y estridentes, de tandas interminables y risotadas a repetición, de emisiones invadidas por remanidos hits musicales impuestos a presión por las grandes compañías discográficas.
Pronto puso patas para arriba la radiofonía argentina y le dio un sacudón de aquéllos. Allí donde había palabrerío vertiginoso apaciguó la marcha y puso puntos y comas; en el lugar del ruido instaló las pausas y los silencios, y en contraste con las voces clonadas de los locutores fabricados en serie por el ISER, ofreció su caudal único, esa formidable manera de pronunciar y de sugerir. Arrasó también con los temas de moda y, en su reemplazo, operador meticuloso como era de sus propios programas, nos hizo escuchar sonidos distintos, de indiscutible calidad.
Claro que esa explosiva combinación de talento y pedantería, más su inveterada vocación por romper todas las reglas del juego y hacer lo que realmente se le cantaba, esa carcajada ronca que a muchos gustaba y a otros tantos exasperaba, y esa actitud permanentemente desafiante encresparon iras. Fue perseguido, censurado, tremendamente criticado y sus programas levantados. Contraatacó reivindicando su "negritud" y se parapetó detrás de páginas maravillosas de la literatura universal e increíbles melodías de cualquier latitud. ¿Cuántos oyentes nos habremos dormido tantas madrugadas arrullados por la lectura de libros enteros que ante el micrófono leía sin desmayo página tras página? ¿Cuántos más habremos "clavado la sintonía" en otras tantas interminables siestas sostenidas por su voz?
En las antípodas de los mediáticos berretas que ahora sorprenden a cada rato con elementales monerías, Guerrero, en cambio, fue un precursor y maestro en eso de fastidiar públicamente a los poderes privados y estatales de turno con sus atrevidas ironías, sus inteligentes estiletazos y esas insuperables sutilezas bien surtidas con que hacía relampaguear el éter. Cínico, sobrador, pionero de la incorrección política, rebelde pertinaz por naturaleza y sin ataduras ideológicas (con insólito desparpajo enlaza comentarios progresistas con acotaciones cavernícolas), así, Guerrero Marthineitz, recorrió en ésta, su patria adoptiva, el último medio siglo de historia argentina.
No es raro que, con tan cargado "prontuario", ahora nadie, o casi nadie, quiera atenderle el teléfono. Con esa bien ganada fama de tipo difícil y cabrón que se hizo durante tanto tiempo, al negro Guerrero se le hace cada vez más complicado zafar de su dieta básica compuesta casi exclusivamente de arroz y ensalada de manzanas verdes. ¿Hace falta agregar que hace rato que no percibe ingresos?
Encima, se descapitalizó tanto en los últimos años que no sólo debió desprenderse de sus dos departamentos de 25 de Mayo y Córdoba -uno convertido en un estudio de radio, donde guardaba miles de discos y grababa artesanalmente tramos de sus programas- , sino que para sobrevivir suele empeñar las últimas pertenencias valiosas que le quedan. Ahora vive en un departamento alquilado en Barrio Norte, de cuya mensualidad, tanto como de su prepaga, se hace cargo el mayor de sus tres hijos.
Como creció acostumbrado a las carencias y cuando tuvo dinero lo gastó todo en sus tres matrimonios (y, ni qué decir, en sus respectivos divorcios), viajes y discos, asegura -y hay que creerle nomás ya que en él no se observa el menor síntoma de depresión- que no se achica ante la pobreza.
Dispuesto a autogestionarse sus propios ingresos, ahora al negro Guerrero se le ha ocurrido algo realmente distinto: está dispuesto a ir a domicilios particulares a leer y a conversar a cambio de una pequeña paga. Y ofrece un mail a todos aquellos que quieran convocarlo para esos menesteres:
hugogmarthineitz@yahoo.com.ar.
A los 83, el hombre que ya le dio varias pateaduras a la muerte no tira la toalla y sigue adelante. Contra viento y marea
Con autorización de su redactor:  Pablo Sirvén, director de espectáculos Diario La Nación 29.10.06
psirven@lanacion.com.ar