06 de Abril de 2009
El Colegio
Nacional de Buenos Aires se anima a salir del placard
Por primera vez
en una escuela argentina alumnos gays y trans se organizan
en una comisión de diversidad con el respaldo de la rectora.
Se fueron reconociendo en las aulas, asumieron su identidad
sexual frente a sus compañeros y consiguieron protagonismo
en el centro de estudiantes. Francisco y Priscila cuentan la
inédita experiencia.
En el
colegio soy lo que soy, en casa todavía no. Francisco,
Priscila y otros dos alumnos que integran la movida aún no
revelaron ante sus padres su identidad sexual. Por eso
pidieron no dar la cara para esta nota.
Él tiene
17 años y es transgénero. En casa lo llaman con nombre de
mujer, pero en la escuela se presenta como varón. Tardó en
saber qué significaba ser transgénero, pero ahora quiere
iniciar los tratamientos con hormonas. Sabe que ni bien
cumpla los 18, papá y mamá no podrán impedirlo.
Ella
tiene 18 y es lesbiana. Lo sabe desde chica, pero nunca lo
habló con sus padres, una pareja de inmigrantes coreanos muy
cristiana y conservadora. “Jamás lo aceptarían, sería una
tragedia para ellos”, dice.
En 2008,
ambos decidieron dar un paso inédito en la historia del
Colegio Nacional de Buenos Aires, uno de los más
tradicionales de la Argentina: crearon una “comisión de
diversidad” en el centro de estudiantes. Es la primera
experiencia de este tipo en el país. La rectora, Virginia
González Gass, los respalda y ya son varios los alumnos gays
y lesbianas que se acercaron para participar.
Él
quiere que cuando pasan lista lo llamen Francisco. Ella
quiere que cuando hablen de educación sexual se hable de
todas las sexualidades y de todas las familias posibles.
Ambos contaron a Crítica de la Argentina cómo es ser gay,
lesbiana o transexual en una escuela secundaria porteña de
comienzos del siglo XXI.
FRANCISCO. “Un día les dije a mis viejos: ‘soy lesbiana’.
Ellos me dijeron que no podía ser ‘eso’, que lo hacía para
llamar la atención, y no se habló más.
–¿Y cómo
pasaste de “soy lesbiana” a “soy Francisco”?
–De
chico, me creía que era mujer, pero después no podía dormir
pensando que iba a tener que usar pollera. Ya en esa época
no era muy femenino. A los 14, empecé a buscar respuestas.
Encontré páginas de internet sobre personas trans, que
hablaban de la sensación de haber nacido en el cuerpo
equivocado. Yo no me sentía así: a esa edad, el cuerpo no me
importaba mucho. Hoy pienso que no nací en un cuerpo
“equivocado”; nací como todo chico trans, que después tiene
que construir su cuerpo. Pero en ese momento no lo entendía:
tenía que ser una cosa o la otra, y como me gustó alguna
chica pensé: “Debo de ser lesbiana”. Fue un primer momento
de libertad. Pero después me fui masculinizando cada vez
más.
–¿Cómo
reaccionaban los otros?
–También
empezaban a verme como un chico. En el colegio entraba al
baño de mujeres y me decían que me había equivocado de baño.
Me masculinicé tanto que la gente me miraba en el subte
tratando de descubrir qué era. Fui identificándome cada vez
más, hasta que me di cuenta de que era un chico trans.
–¿Cómo
manejaste ese cambio socialmente?
–Mis
compañeros me llaman con un sobrenombre neutro, pero los más
amigos me dicen Francisco. Saben que si usan mi nombre legal
los voy a mirar con cara de orto, así que llegamos a ese
acuerdo. Mi familia no sabe nada, salvo un primo muy buena
onda, y mis viejos usan mi nombre legal. Es feo, porque es
como tener tres vidas diferentes: soy una chica heterosexual
para algunas personas, una chica lesbiana para otras y un
chico trans para los que me conocen bien. Estaría bueno
tener una sola vida, la que yo quiero. Supongo que se va a
ir dando.
PRISCILA. “Mis viejos son coreanos y no leen diarios en
español, así que no van a enterarse de esta nota”, dice, y
se ríe.
–¿Y cómo
lo tomarían si supieran?
–Ellos
son súper tradicionales y cristianos, mi vieja reza todos
los días, son como sacados del siglo XVII. Si supieran que
soy lesbiana, llamarían a todos los pastores para
exorcizarme o tratarían de obligarme a que me case con un
tipo. Que sea lesbiana no está en sus planes.
–¿Y
cuáles son tus planes?
–No
contarles nunca. Es triste que no lleguen a conocerme, pero
tengo amigas coreanas que se lo dijeron a sus padres y
terminó todo mal. Yo quiero vivir libremente mi vida, aunque
sea alejada de ellos. Ser feliz y que ellos también sean
felices.
–¿Cómo
fue la salida del placard con tus compañeros del secundario?
–Medio
forzada, porque un chico encontró un cuaderno donde yo
anotaba cosas personales, lo leyó con otros y empezó a
correrse la bola de que yo era lesbiana. Después terminó
todo bien, quizá porque hay muchos chicos gays en el grupo y
eso influyó a todos. De hecho, la exploración está muy
aceptada y muchos chicos ya “probaron” con ambos sexos.
–¿Qué
creés que piensan los chicos de tu edad sobre la
homosexualidad?
–En mi
grupo, el tema está ya muy naturalizado. Con el matrimonio
gay están todos de acuerdo, pero algunos dicen que no
aceptan la adopción. Es por falta de información. Deberían
explicarme a mí por qué piensan que yo no podría ser una
buena mamá.
La
militancia. “Al principio, la idea era crear una comisión
LGBT, pero la bautizamos Comisión de Diversidad porque nos
pareció mejor ampliarla y trabajar con todas las
diversidades”, dice Priscila. “Pero, hasta ahora, todas las
actividades fueron de diversidad sexual”, aclara Francisco.
Priscila
había llegado a 5º año y lamentaba haberse sentido sola en
su proceso de descubrimiento; decidió que había que hacer
algo. Conversó con Francisco y convocaron a otros amigos
gays y lesbianas. Más alumnos, lentamente, empiezan a
acercarse. Francisco recorrió los cursos para convocar al
Festival de Arte Queer que organizaron con la Federación
Argentina de Lesbianas, Gays, Bisexuales y Trans y a la
presentación, planificada junto con el Área de Jóvenes de la
CHA, de una guía para salir del armario. “Con los profesores
no hubo problemas, y González Gass (la rectora) fue muy
abierta”, cuentan. La primera actividad fue la proyección de
la película La jaula de las locas (la remake con Robin
Williams) y se presentaron en el foro de internet de la
escuela.
“Cuando
pasé por las divisiones, algunos chicos se reían, pero
seguro habría otros que se sentían identificados. A veces no
sabía con qué nombre presentarme ante los que no me
conocían. Andar explicándole mi identidad de género a todo
el mundo es un bajón”, dice Francisco.
Priscila
quiere seguir participando como ex alumna y promover que lo
mismo que ellos hicieron se haga en otras escuelas: “La
educación sexual es muy importante, para acabar con la
ignorancia y los prejuicios. Hay personas que ni saben lo
que es una persona trans”.
Francisco está comenzando el último año del secundario y,
para después, duda entre sociología o antropología. Priscila
ya egresó y quiere estudiar cine o fotografía, y también
ingeniería ambiental. Ambos quieren seguir adelante con este
espacio inédito que abrieron con más dudas que certezas.
“Estoy orgullosa de lo que logramos”, dice Priscila. “Fue
sólo el comienzo”, agrega Francisco.