27 de Abril de 2009
Memorias del subsuelo:
El infierno del paco en las villas de emergencia
Hablan los curas amenazados por su documento antinarco, que
comenzó como un informe interno y terminó en todos los
diarios.
![](http://www.criticadigital.com/fotos/CURAS_VILLA_diego_sandstede_OK_1.jpg)
Fotografía de la nota:
Diego Sandstede
Señor, perdóname por haberme acostumbrado a ver que los
chicos, que parecen tener ocho años, tengan trece.
Señor, perdóname por haberme acostumbrado a chapotear por
el barro; yo me puedo ir, ellos no. Señor, perdóname por
haber aprendido a soportar el olor de las aguas servidas
de las que me puedo ir y ellos no. Señor, perdóname
por encender la luz y olvidarme de que ellos no pueden
hacerlo. Señor, yo puedo hacer huelga de hambre y
ellos no: porque nadie hace huelga con su hambre. Señor,
perdóname por decirles no sólo del pan vive el hombre y
no luchar con todo para que rescaten su pan. Señor,
quiero quererlos por ellos y no por mí. Ayúdame. Señor, sueño con morir por ellos: ayúdame a vivir para ellos.
Señor, quiero estar con ellos a la hora de la luz.
Ayúdame .
Oración del padre Mugica,“Meditación en la villa”.
La gente se droga porque le duele el mundo. Cada
dolor es distinto, como cada mundo lo es: la señora de clase
media se droga con Lexotanil; el broker con cocaína, dinero
fácil o anabólicos; el político con el poder; la chica de la
disco con speed y bicho; los abuelitos con Viagra y licor;
los niños con televisión y video games; casi todos con
alcohol; todos con café, y en las villas con paco. Los
dolores son de distinta intensidad, pero duelen sonando en
la misma nota: el vacío, la angustia, la soledad, el futuro.
Las drogas son como las vacunas: inoculan veneno hasta que
después no hacen nada. En la noche eso se llama “shot”. Ese
microsegundo, durante el shot, el mundo desaparece. Y deja
de doler. Lo demás es una cacería hasta el próximo shot. El
paco ha hecho verdadera la peor pesadilla de los que lucran
con los tratamientos de desintoxicación: te quema la cabeza.
Te quema la cabeza, mal. Y rápido. Te taladra el cerebro
como ninguna otra cosa. El paco es pasta base, restos, lo
que queda de la basura después de barrer con cuidado, la sub-basura,
mezclada con acetona, vidrio molido, fructosa y mierda.
Dicen que la patada es fuerte, pero mínima: dedos en el
enchufe. Y el adicto se declara tal en una semana o dos.
Según el Observatorio de Drogas del gobierno porteño,
diez chicos por día son internados en esta ciudad por
intoxicación con paco. Según la Red de Madres contra el
Paco, sólo en Lomas de Zamora hay cuatrocientos chicos
internados en rehabilitación, con un promedio de cuatro por
día. Y entre ocho y diez mueren cada semana por sobredosis.
El paco arrasa las villas, el 5,7% de la población de Buenos
Aires, 170.397 personas con una edad promedio de 24 años y
de los cuales cuatro de cada diez son niños menores de diez
años. Está más vinculada con el paco la deserción escolar
que el delito: muchos adolescentes que dejan el secundario
terminan en el paco y sólo el 6% del total de los delitos
son cometidos por menores.
El “Mensaje de los sacerdotes para las villas de
emergencia”, conocido el pasado 25 de marzo, tuvo una
repercusión inusual: comenzó como un documento interno para
“Noticlero”, una especie de correo electrónico intercuras, y
terminó en la tapa de los diarios a partir de que algunos de
sus autores fueron amenazados por el narcotráfico.
“JP” es José María “Pepe” Di Paola, que vive hace trece
años en la villa 21, tiene pelo largo, un poco desaliñado y
aspecto de apóstol de una película de romanos. “GC” es un
vecino reciente de la villa 1-11-14, adonde llegó desde
Villa Fátima, en Soldati. Es alto y delgado, lleva gafas de
Lennon o de abuelito y parece un investigador del Conicet.
Cuando recuerdan al padre Ricciardelli, o a Mugica, o a
Vernazza, o a Daniel de la Sierra, dicen sentirse parados en
las espaldas del gigante. “GT” lleva diez años en la villa
31, aquella de las casas de varios pisos, es retacón y bien
podría pasar por un cura del bosque de Sherwood esperando la
llegada de Robin Hood. Los tres pelean esta pelea del lado
de Dios.
–¿Cuándo fue la primera vez que viste a un chico consumiendo
paco?
JP: –No me acuerdo, pero si miro para atrás, la villa en un
momento hace un crac por el paco. Habrá sido alrededor de
2001.
–¿Cómo
te diste cuenta? ¿Qué veías?
JP: –Lo que vi fue un grado de adicción mucho más grande,
menos autocontrol.
GC: –“Esto es revicioso, padre”, es lo que te dicen. “La
otra droga era distinta”.
JP: –Y ves cómo rompe la familia, la madre pierde todo
porque el hijo le vende lo que tiene. Es un drama familiar
que se produce en torno de la vida del chico. Hay muchos
chicos “en situación de pasillo”, como decimos ahora, no de
calle, que ni siquiera son del barrio. Por ahí dejaron su
casa en el Gran Buenos Aires, tomaron un tren, se bajaron
donde pudieron y organizan su vida y su ranchada.
–¿Y dónde duermen?
JP: –En las calles. No todos los chicos de la calle, cuando
uno los ve en la villa, tiene que pensar que son de ahí, que
nacieron ahí. Para nuestro trabajo, es una diferencia. Un
pibe del barrio tiene algún vínculo con la capilla: o tomó
la comunión, o jugó al fútbol en el patio de la parroquia, o
conocemos a la familia. Entonces, resulta más fácil darle
una mano. En cambio, el pibe que no es del barrio nos es
más difícil de ayudar, no tiene ningún vínculo anterior.
–Uno
a veces escucha a los padres diciendo que no pueden manejar a los pibes. Es el
argumento típico de los padres de chicos con problemas.
GC: –Y más cuando son adictos. Una madre me dijo el otro día
que mientras encuentra lugar para ponerlo en tratamiento,
trató de retenerlo. Y el hijo se tiró del segundo piso. La
compulsión por consumir hace que, por ejemplo, lo encierren
y el chico rompa todo, busque salir.
–¿El
tratamiento compulsivo sirve para algo si el chico no está convencido?
GC: –Nosotros siempre apelamos a la libertad. Me parece
que el tratamiento compulsivo dura lo que dura el encierro…
JP: –En algunos casos, puede servir. Tenemos casos
extremos, cuando el pibe está a punto de hacer cualquier
cosa, cuando peligra su vida, cuando son muy chicos –de 14,
15 años– y no podés esperar a que sea mayor de edad. En esos
casos, tiene que intervenir el Estado como protección. Como
sería en el caso de una persona que intentó suicidarse
varias veces, un cuidado de la sociedad adulta. Ahora, si es
sólo encerrarlos para que no molesten, es otra cosa.
–¿Los dealers viven en la villa?
GC: (Silencio) –Los que venden viven en la villa, viven ahí;
los dealers chicos y los narcos viven acá a la vuelta. (Se
refiere a Retiro. Risas).
JP: –Es difícil, lo que podemos afirmar es que la villa
no es símbolo de narcotráfico. Estamos todo el día con
casos de pibes, ayudando, organizando campamentos,
actividades, centrando la mirada en algo positivo. Y dejamos
esos temas para otros.
GC: –Claro, nuestra mirada no es la del servicio de
inteligencia.
JP: –Además, ponemos todo el énfasis en esto. Por ejemplo,
ayudar a dos familias te puede llevar todo el día. Es uno
por uno. Nosotros tenemos un pequeño grupo que es una
especie de centro de atención de día, una granjita hecha por
los hombres de la villa donde hay ocho chicos en proceso de
desintoxicación, y vamos a ver cómo nos va con una casa de
medio camino dentro del barrio. A ver si les podemos aportar
algo antes de que vuelvan a su casa para que tengan
proyectos de vida. Es muy difícil, recién estamos
iniciándonos, con mucho para aprender, pero lo lindo es que
la comunidad se metió en esto. El lema es “cuidemos a
nuestros pibes”.
–¿Por
qué creen que los chicos se drogan?
GC: –La adicción, en el fondo, es una enfermedad espiritual.
No me refiero a que vayan a misa o no (risas).
–Están
reclutando…
GC: –No, no, no.
JP: –No somos la Iglesia Universal (risas).
GC: –La adicción tiene un componente psicológico, biológico,
pero también espiritual. Me refiero a encontrarle sentido a
la vida, para qué vivo, hacia dónde voy. El horizonte en
la villa se acorta, no hay posibilidad de estudiar, de
conseguir un laburo, un lugar donde recrearse. Estamos
iniciando en la capilla lo que se llama “el patio de la
Virgen”. Uno de los curas que lo está coordinando se
asombraba de cómo los chicos se habían enganchado con los
juegos de mesa medio rotos, rompecabezas incompletos. Pero
los chicos estuvieron ahí tres horas jugando. A veces son
cosas muy elementales y básicas. También la identificación,
todos crecemos mirando a alguien, por lo menos a mí me pasó.
Por eso, tratamos de generar en nuestros barrios (esto Pepe
lo ha trabajado) líderes positivos. Que el pibe vea a un
joven más grande que lo lleva de campamento, que hace cosas,
y no que sólo tenga presente al que afanó más, al matón. Son
cosas muy elementales.
GT: –El otro día, en misa, apareció un pibe que
estuvo internado y se está recuperando muy bien; lo
empezaron a dejar salir los fines de semana. La mamá, una
mujer grande, lo trajo a la misa. Nosotros no podíamos creer
lo bien que estaba. Se me ocurrió decir al final de la misa:
“¿Se acuerdan de Matías? Bueno, ahí está”. La gente se quedó
helada. “Y vos, ¿qué le dirías a la gente”, le dije yo. “Que
se puede”. Dio su testimonio, estaban todos llorando, y fue
como una inyección de ánimo para los que están desesperados.
GC: –Además mandamos el mensaje (y creo que el
chico lo capta) de que existe. Un pibe de 16 años y mucho
consumo me dijo en un momento: “Pero, padre, ¿usted no
tiene algo más importante que hacer que hablar conmigo?”. Eso me quedó, porque es eso mismo lo que buscamos
transmitir: “Sos valioso, sos importante”.
–Y
con el colegio ¿qué pasa?
JP: –Una de las causas que puede incidir mucho en el
consumo de paco es la deserción escolar a nivel del
secundario, es decir, preadolescencia o adolescencia. El
chico que deserta es un candidato, un caldo de cultivo.
Tenemos muchos docentes que van a esos barrios porque tienen
un compromiso social fuerte con los pibes. Pero hace falta
un compromiso de todos, por eso apelamos al mundo adulto. Si
tenés un club cerca de la villa, tenés que tener
responsabilidad con ese lugar; si tenés una parroquia, lo
mismo. No se trata de tirarle el fardo al otro. Éste no es
sólo un problema de los chicos, sino un problema nuestro.
Cuando un chico está en horario de clase en la calle, hay un
montón de gente que lo ve: maestros, policía, el que le
vende café. Ninguno de los grandes nos hacemos cargo. Es muy
probable que si el chico está mal, la familia también lo
esté, son cosas que van juntas.
GC: –La sociedad argentina debería mirar con
tristeza a los chicos que están con el paco o problemas de
violencia. Tristeza en lugar de venganza. Es como si fuera
un hijo o un nieto. Hay que discutir cómo mejoramos
nosotros, los grandes.
–Hacia
la gente de la villa, ¿hay prejuicio? ¿Se los estigmatiza?
GT: –Hay prejuicio, pero creo que no por maldad, sino por
desconocimiento. Por eso decimos (y más a los funcionarios)
que vengan, caminen, conozcan el barrio. Que vean lo que
hacen, las calles que arreglan los vecinos, cómo hicieron
las cloacas, todas las mañanas los miles de chicos yendo al
colegio. Esto es un barrio obrero, no una villa miseria. Es
un barrio construido por la gente, con su propio esfuerzo,
que labura en la semana y los sábado y domingos están
poniendo ladrillitos para mejorar la casa.
–¿Cómo
es la relación de la gente de la villa con la violencia? ¿La toleran? ¿Se callan
la boca? ¿La comparten?
GT: –La sufren. –Ustedes podrían estar en un lugar más
cómodo, vivir mejor, trabajar menos o de otra manera. ¿No
hay momentos en los que se cansan y tienen ganas de mandar
todo a la mierda, pedir un cambio a una parroquia de Tagle y
Figueroa Alcorta y bautizar a bebés rubios?
JP: (Risas) –Hay muchos rubios en la villa… La verdad es que
estamos contentos, no estamos castigados.
GT: –Algunos preguntan, ¿qué hiciste que te mandaron ahí?
JP: –Al contrario, estamos a gusto. Además, son barriadas
permanentemente creativas, hay que buscar caminos, cambian
los desafíos y la gente es muy participativa. Acompañar
esto… se te pasa volando. Se me pasa muy rápido el tiempo en
la 21, hay mucho para hacer. Ya con que agarremos este tema
de la droga: ¿cómo hacemos para recuperar a estos pibes?
–¿Se
pueden recuperar?
JP: –Hay que poner muchas fichas. Pero por la experiencia,
sabemos que con mucha ayuda, compañía y seguimiento hay
chicos que han salido.
GC: –Además, independientemente del resultado (el ideal
de uno es que se recuperen, estudien, tengan trabajo, una
familia, que sean felices en la vida), empezás a valorar las
pequeñas cosas, cuando te dicen: “Padre, por primera vez
alguien se ocupó de mí”. Son pequeños logros, qué sé yo.
GT: –Exacto, si no, preguntale a Pepe.
(Fue una ironía por la amenaza, todos se ríen.)
GC: –El humor hace bien. Lo que decía es que las pequeñas
cosas son importantes, como decirle a una persona que vale
la pena intentarlo.
JP: –Cuando uno hace una evaluación, es como en el deporte,
la diferencia entre estar cansado por no hacer nada o por
haber jugado un partido de fútbol. Es un cansancio lindo.
Creo que esto igual. Tal vez llega un momento en que te
saturás porque tuviste problema tras problema, y en un día
no solucionaste nada. Éxito cero. Pero te vas a dormir
pensando “bueno, traté de darle una mano a toda esta gente”,
y en ese dar, compartir el esfuerzo, uno se va contento a
dormir.
GC: –Señalaría dos cosas también. Que uno se contagia de
la misma gente, no es que las capillas solas hacen cosas.
Hay mucha gente que levanta comedores, da apoyo escolar, las
señoras se reúnen a coser, el mismo barrio tiene una
dinámica de querer progresar.
–¿Qué
aprendieron estando en la villa?
GC: –Un montón. Uno como cura crece en la fe a partir de la
fe de la gente. La vida de uno se va enriqueciendo. Es más
lo que uno recibe que lo que puede dar. La villa tiene
muchas cosas dolorosas: la droga, la violencia, las armas,
pero en sustancia es un clima de familia, todos se conocen y
hay un cariño desmedido por momentos.
JP: –Otra cosa también es la fortaleza frente a la
adversidad. Es gente curtida. Tendrán grandes problemas, a
lo mejor dejaron su familia en otro país, acá no se les hizo
nada fácil, les mataron a un pariente; sin embargo,
enfrentan los problemas en forma permanente, con fe y
solidaridad a la vez. No se fijan sólo en su problema, sino
en el que tiene el de al lado.
GT: –Cuando muere un vecino, se mueven todos. El
funeral, la cochería, es un dineral. Sale como dos mil
pesos. Entonces, buscan servicios más baratos y la plata la
ponen los vecinos. Golpean la puerta, casa por casa, dicen
“falleció tal, cuánto querés aportar”, y así se hace. La fe
la viven encarnada en la realidad, y tienen fortaleza. Pero
no es que a ellos no les pasó nada, quizá tienen dolores muy
grandes, pero sobrellevan eso fijándose en el otro.
GC: –En la villa, hay un espíritu de fiesta permanente.
GT: –Por eso, podemos estar cansados, rajarnos tres días a
descansar, pero realmente estamos muy contentos. Siempre
decimos que es un privilegio estar en la villa.
GC: –En eso es muy sabia la oración del padre Mugica:
“Perdón por haberme acostumbrado, yo me puedo ir y ellos
no”.
Reproducción
textual de la columna de Jorge Lanata en
Critica de la Argentina. Investigación: J L / Luciana Geuna/ Jésica Bossi.