29 de Junio de 2009
Las muertes en
elecciones
Cuando haya escampado el vendaval
de las elecciones, la Argentina chocará de frente con su
realidad sin retoques, con sus cosas tal como son: el drama
de la gripe porcina (que se está llevando vidas jóvenes y
sanas), la parálisis y el aislamiento de su economía, la
escasez de trabajo, el asombro constante de la inflación y
la irrelevancia de su papel en el mundo. Ninguna de esas
cuestiones dejó de estar en los últimos tiempos, pero todas
estuvieron anestesiadas por el fárrago de una campaña larga
y vanamente ruidosa.
En
los próximos días se podría conocer oficialmente que el
número de muertos por la gripe porcina es, en rigor, el
doble del que se sabe. Unas veinte muertes están siendo
investigadas, pero las autoridades sanitarias sospechan que
son consecuencias de la misma epidemia. Una interpretación
de los médicos indica que la demora en conocer el número
cierto de muertos se debería a las elecciones. Es probable.
Un giro importante tomó la
enfermedad en las últimas horas cuando se detectaron
pacientes sanos que se morían irremediablemente con sus
pulmones devastados por un misterioso fuego. La enfermedad
está golpeando, sobre todo, a las personas muy jóvenes. La
gripe porcina develó, también, a un país que carece de
sistema sanitario y a un gobierno que no tiene estrategia ni
plan ni logística para enfrentar el flagelo.
En una
reunión de todos los ministros de Salud del país, en la
semana que pasó, hubo un clima fácilmente perceptible de
temor e impotencia. Hemos fracasado , estalló
el ministro de Salud bonaerense,
Claudio Zin. Esos funcionarios terminaron conformando
un grupo de personas asustadas, que no sabían hacia dónde
correr. Ningún imprescindible experto estuvo ahí. Los
ministros quedaron cerca de sublevarse ante
Graciela Ocaña; sólo le
reclamaban que fijara una hoja de ruta para enfrentar la
epidemia. Ocaña vacilaba, quizás temiendo los efectos
electorales de cualquier decisión suya.
La ministra ofreció fondos
nacionales para que las provincias pudieran tomar medidas,
pero los ministros quieren el estado de emergencia
sanitaria. Sucede que, sin esa declaratoria, los recursos de
la ministra irán a parar a las cuentas que controlan los
gobernadores y estos destinarán el dinero a su antojo. La
declaración de emergencia, en cambio, les fijará un destino
preciso a esos recursos. La emergencia podría ser dictada en
los próximos días e incluiría la suspensión de clases y
hasta el cierre de lugares de esparcimiento, como cines,
teatros y discotecas, en las zonas más afectadas por la
epidemia.
La gripe
porcina empezó en la Argentina por los sectores medios y
altos de la sociedad; la mejor alimentación de esos estratos
sociales les garantiza, en principio, un mejor sistema de
defensa. Otro drama podría aparecer cuando la epidemia se
apodere de los sectores sociales más bajos, donde ya se
detectaron muchos casos. A la revelación de que el país
carece de un sistema sanitario podría agregársele entonces
una constatación social: muchísimos argentinos viven
precariamente, con muy poco, casi desnutridos. El sistema
inmunológico de ellos es muy escaso.
Sin políticas y sin norte, el
Gobierno decidió a la vez ofenderse con Ocaña; hace diez
días que la ministra no es recibida en ningún despacho
importante del poder. En medio de semejante crisis
sanitaria, la administración tenía sólo dos caminos: o
relevaba a la ministra, si no estaba de acuerdo con ella, o
la respaldaba decididamente. No hizo ni lo uno ni lo otro.
La ministra decidió finalmente renunciar mañana.
Los
Kirchner siempre han sido renuentes a tocar la desgracia,
pero Ocaña no está afectada de gripe porcina. La gripe
porcina simplemente está en la Argentina, a pesar de las
sobreactuaciones iniciales del gobierno que llegó a tensar
en vano la relación con México. La política es paranoica.
Ahora denuncian que las noticias
sobre la gripe porcina son una campaña contra la estabilidad
de Ocaña, orquestada por los sectores oficialistas que la
detestan. Pura imaginación. La epidemia ya contagió de
desdicha a todo el Gobierno.
Según
un informe del Consejo Federal de Salud, que agrupa a las
provincias y a la Nación, la gripe común afectó en 2007 a un
millón de argentinos. Cien mil fueron internados y 18.500
murieron. La cifra nunca se conoció oficialmente en aquel
año también electoral. La gripe porcina, según la conclusión
de los especialistas, obliga al triple de internaciones que
la gripe común. ¿Tiene la Argentina hospitales y camas
suficientes como para tolerar una eventual marea humana? No.
Una de las imperfecciones que
aparecieron en estos días consiste en que el gobierno de la
Capital no tiene facultades legales para usar en una
emergencia las instalaciones de clínicas y sanatorios
privados, como sí las tiene el resto de las provincias.
Era conocido que la Capital no tenía policía, pero ahora
sabemos también que carece de recursos esenciales para
enfrentar una crisis sanitaria. Sólo Ocaña podría disponer
de los establecimientos sanitarios privados de la Capital si
la situación se agravara dramáticamente. ¿La ministra tiene
poder real y palpable como para hacer eso? No.
Ocaña ha hecho de su pelea con
Hugo Moyano, por la transparencia del manejo de las obras
sociales, el centro exclusivo y excluyente de su gestión. No
es poca cosa convertir en decente lo que no lo era.
Kirchner, dependiente político de Moyano, la mandó a Ocaña
en el acto al desierto y el disfavor. Esa lucha interna, que
incluye al matrimonio presidencial (Cristina Kirchner suele
apoyar a Ocaña), se pavonea en medio de la peste.
Sin
embargo, Ocaña siempre se resistió a ser una ministra de
Salud como Dios manda, es decir, a fijar políticas y
estrategias sanitarias en un país cada vez más carente de
los deberes esenciales del Estado. Kirchner pierde el
tiempo lucubrando una economía nacional manejada por
Julio De Vido y Guillermo Moreno,
imaginando cómo les hurgará mejor el bolsillo a los
empresarios o convencido de que los argentinos son felices
volando en aviones del Estado. Lo cierto es que, al fin y
al cabo, los argentinos se mueren por falta de hospitales,
de médicos y de decisiones.
Algo raro sucede en un país que
pasó de ser uno de los territorios del mundo menos afectados
por la gripe porcina a estar en el tercer lugar entre las
naciones más dañadas por la epidemia. Algún sistema de
defensas falló. Alguna obligación política no fue cumplida.
¿Por qué, si no, la Argentina sufriría proporcionalmente más
muertes que México, donde la epidemia apareció por primera
vez? México tiene el atenuante de que no sabía que estaba en
el medio de una nueva peste. De hecho, el país azteca logró
controlar la epidemia cuando se puso a trabajar sobre ella.
Chile tiene más infectados, pero muchos menos muertos que la
Argentina.
Brasil, con una geografía más extensa que la Argentina y con
un mapa poblacional más grande y complicado que el nuestro,
tiene una cifra mínima de afectados por la gripe porcina.
Eso llevó al gobierno de Lula a aconsejarles a los
brasileños que no hagan turismo en la Argentina. Kirchner se
estremeció de furia en Olivos. Pero, ¿qué le podía
reprochar él a Lula, que sólo dio un consejo, cuando el
propio Kirchner ordenó en su momento cancelar todos los
vuelos a México?
La Argentina se topó con otra
tragedia cuando el dengue había sido amortiguado sólo por la
eficacia del frío. Este es el momento de fumigar contra el
mosquito transmisor para prevenir su rebrote en tiempos de
calor. El Ministerio de Salud envió insecticidas al Chaco,
donde había tres camiones fumigadores. Pero la noticia que
llegó desalentó el ánimo de los médicos: los camiones han
sido desguazados y trabajan ahora en campos de algodón de
políticos chaqueños.
Insensibilidades, confusiones e ineptitudes explican, en
parte al menos, por qué es tan fácil morir en la Argentina.
Reproducción
textual de la columna de politólogo Joaquín Morales Solá en
el diario la Nación.