Un tiro me destrozó el alma

25 de Enero de 2008
 

 

 

Ya pasó casi un año. Ingresé al Hospital de Moreno el 2 de febrero de 2007, a las 16, con un disparo que me destrozó el alma. Pues siendo víctima de la inseguridad a la que todos estamos expuestos y resignados, yo ingreso herida y al mismo tiempo acababa de perder al hombre que más amaba en la vida, mi papá.

Sólo tengo palabras de agradecimiento para todos y cada uno de quienes trabajan allí. Aparte de hacer su trabajo me contuvieron, me alentaron a mí y a mi familia. Me refiero a los doctores (sobre todo a uno en especial J.R.A.), a quienes en el quirófano me esperaban con una sonrisa y con cálidas caricias en mis manos. A todos, enfermeros, camilleros, personal de limpieza. Y quiero, en especial, agradecer a quienes me cuidaron y atendieron en terapia intensiva, donde me decían "La Chiquita".

A los lectores, les digo: no todo está perdido. Sigamos luchando y trabajando por los Valores que parecían estar perdidos, seamos agradecidos. Aprendamos lo bueno de estas personas que muchas veces mal dormidos, engripados, y con su vida personal encima, nos enseñan a ser más humanos para con los demás.

Agradezco en memoria de mi padre a quienes en los primeros instantes nos socorrieron y aquí hablo de los queridos vecinos.

Donde quiera que esté, l, papá, les daría un abrazo a quienes salvaron a su hija y a los profesionales que me están tratando actualmente. Simplemente, gracias a todos.


 


 

 

 

 

"¿Viste que papá tenía razón?"

Siempre me resultó difícil contarles a mis hijos que mi infancia y adolescencia fueron cuidadas en hospitales públicos, con muy buena atención y calidez. Recibía una sonrisa entre descreída y condescendiente, creo que pensaban que el tiempo y en ese momento la imposibilidad de acceder a otro servicio de salud me hacían ver a aquellos hospitales, como el Ramos Mejía, donde me trataron el asma, como ejemplares.

Mi hija menor, María Sol, debió ser atendida de urgencia en el Hospital Muñiz, luego de ambular sin éxito terapéutico en clínicas privadas a las que me permite acceder mi prepaga.

Comprobó las bondades de un sistema con excelentes profesionales, tanto médicos cuanto enfermeros y auxiliares, que le brindaron alta calidad de atención y recién tres días después de internada le requirieron su credencial de prepaga. Sintió que era una enferma, no un cliente, y así fue tratada.

Esto pasó en un hospital público y agradezco a todos los que trabajan con tanta humanidad y eficiencia, pese a enormes carencias materiales y edilicias. El resultado, además de la notoria mejoría, es que mi hija considera que el relato de su padre era cierto, los hospitales públicos son centros de salud, sólo queda ubicarlos nuevamente en el centro del interés político.

También les he hablado sobre la educación pública, cómo hice primaria, secundaria y universidad, pero éste es otro tema, que también espero que recupere la importancia y profundidad que yo disfruté.



Carta de lectores diario Clarín del 20.01.08
Leandra Silva y familia; Gabriel Celso Gallego.
leanyluz17@yahoo.com.ar; estudiogcg@ciudad.com.ar