23 de Junio de 2009
Entrevista a Hilda Molina
La neurocirujana cubana, que
tras 15 años de lucha obtuvo el permiso para viajar fuera de
su país, repasa desde su propia experiencia personal la
medicina en Cuba, la Revolución, las costumbres y la economía
de su país, la comparación de la experiencia castrista con las
de la ex URSS y China, sus contactos directos con Fidel
Castro, el salir del país ilegalmente y hasta la prostitución
y el turismo extranjero en Cuba.
![](http://www.diarioperfil.com.ar/edimp/0375/img/OBREGON-MOLINA-88.jpg)
Muro. La cirujana, que conoció antes de la caída del comunismo los
países del Este,
quedó impresionada frenteal Muro de Berlín
emplazado en la recepción de PERFIL.
—¿Cómo está la medicina cubana en relación con el resto del mundo?
—En algunos países de Europa hay una medicina pública de
excelencia, y en países como Chile, una medicina de primera
línea. Ni hablar de países desarrollados. Cuando mi madre se
enferma de gravedad en la Argentina, mi hijo me dice: “Tengo a
la abuela en un hospital público”, y yo me caí muerta. Pensé:
¿en un hospital público?, con la propaganda que hace el
gobierno cubano, que ellos son los únicos que dan medicina… Y
mi hijo me dijo: “Mamá, es de excelencia, si vieras la
calificación de todo el personal, la higiene”. Ahí me quedé
tranquila porque mi hijo es médico y es muy exigente, y no
sabían que era
la famosa señora Morejón,
una infeliz viejita
que hicieron famosa porque no la dejaron ir a ver a su
familia. Cuando llegué, la limpieza, el equipamiento era
adecuado; así como la calidad de los enfermeros, los médicos,
el personal auxiliar. Pero también la excelencia en el amor
que le brindan a los enfermos, como le decía ayer mi hijo a la
Presidenta: “Yo veía anoche a aquellos profesionales dar la
vida por salvar a esos viejitos, igual que a mi abuela, que
nunca preguntaron quiénes eran ni de dónde venían”. Aprovecho
que estoy hablando con usted para felicitar a esa institución
y a los que tengan que ver con que eso esté sucediendo. Se
llama Hospital Tornú.
—En su carta a
la Comisión de Derechos Humanos de las Naciones Unidas denuncia que las autoridades de su país le niegan su permiso de
viaje al exterior porque “su cerebro es patrimonio del país”.
¿Ese argumento es común a todos los cerebros destacados en
Cuba?
—Cuando me viene la posibilidad de venir a la Argentina a ver
nacer a mi primer nieto, que va a cumplir 14 años el domingo
28, le escribí primero al gobierno, pero no me citaron para
responderme cuando mi nieto daba sus primeros pasos. Un
oficial de inmigración fue el que me dijo eso. Le dije: “¿De
qué está hablando? Dios crea al ser humano, único e
irrepetible, cada cual es dueño de su cerebro, pero además, yo
no voy a volver a trabajar para ustedes porque no estoy de
acuerdo con la política que ustedes siguen, entonces, ¿para
qué quieren un cerebro cautivo aquí?”. “Es una orden”, me
dijo. El hombre no podía decir otra cosa porque me di cuenta
de que estaba repitiendo lo que le habían dicho que dijera.
—¿Se podría decir que al ser Cuba poco productiva en muchos
aspectos se especializó en acrecentar el capital humano, y que
su “materia prima” es la gente?
—El señor Fidel Castro, que, dicho sea de paso, es muy
inteligente, posiblemente se dio cuenta de la riqueza de la
población cubana, de su riqueza sentimental, su inteligencia.
No sé si lo hicieron planificadamente, pero es así. Hay muy
buenos profesionales en distintas esferas en el país, como hay
graduados en la universidad que no saben ni escribir porque
depende del momento, de la masividad con la que se han
graduado.
—Leí declaraciones suyas donde decía que era “consciente de
nuestras lógicas limitaciones y de la muy reducida experiencia
histórica cubana en las neurociencias experimentales”. ¿Por
qué iban los extranjeros a tratarse a Cuba?
—Por la propaganda demencial. Por la cantidad de voceros que
tiene el gobierno cubano donde quiera.
—Al centro médico que usted fundó, ¿qué lo hacía diferente y por
qué los extranjeros iban a atenderse allí?
—También iban a otros. Yo propuse crear ese centro pensando en
los cubanos. ¿Qué tenía? Nada que se haya inventado en Cuba.
La restauración neurológica es una rama de la neurociencia que
surge en el mundo desarrollado para tratar enfermedades
incurables del sistema nervioso y darles calidad de vida a los
enfermos mediante tratamientos que van desde medicamentos
hasta operaciones de mínimo acceso. Hay aspectos que se
estaban desarrollando en Japón, otros en Estados Unidos, otros
en Canadá y otros en España. ¿Qué hice yo? Estudiando, me doy
cuenta de todo esto que está surgiendo y, sin ser nadie, por
mi cuenta, les escribí a los científicos que me empezaron a
responder y me permitieron armar una bibliografía. Lo que se
podía hacer con todo eso era tremendo. Yo era subdirectora del
Instituto Neurológico en ese momento; hablé con el director y
le dije que iba a hacer un proyecto. Lo hice y lo presenté en
el Ministerio. Sin recursos comenzamos en el instituto a
desarrollar algunos aspectos junto al director, que era el
mejor neurólogo del país. Como los resultados fueron buenos,
la prensa comenzó a publicar nuestras investigaciones. Y en
ese momento es cuando el señor Fidel Castro se entera de que
yo existo. Un día me mandó a buscar para que le contara de qué
se trataba todo esto. Y bueno, a partir de ahí el proyecto se
aprobó y se hizo el centro. Pero se hizo con el concurso de
todos estos científicos que ya eran mis amigos y que viajaron
a Cuba gratuitamente para dar su asesoría. Además hicieron
donativos de instrumentos y, lo que es más importante, dieron
becas para formar en distintas áreas a los jóvenes que iban a
trabajar en esto.
—En un reportaje médico reflexionó sobre el hecho de que el pueblo
cubano carece de derechos a establecer demandas, incluso hasta
contra instituciones médicas. ¿Pudo esta situación permitir el
desarrollo de técnicas experimentales con menor costo?
—Hasta donde yo sé, en la medicina cubana no se han realizado
experimentos. Incluso existen instituciones que validan las
prácticas, y se han realizado en protocolos con las normas
internacionales.
—Hay varias denuncias sobre clínicas abortivas en Cuba hechas por
la ONG Life Dymanics,
que cita “The National Institutes for
Health”, y
el Laboratory for Embryology, en la University of
Washington,
en Seattle. Se dice que Cuba no sólo vendía fetos
para estudios médicos, sino que los mantenía con vida
vegetativa como una práctica habitual. ¿La existencia de ese
tipo de experimentos que colisionaban con su fe católica
también la empujó a romper con su gobierno?
—Entre las ramas de la restauración neurológica surge en
Suecia lo que se llama el autotransplante para restaurar, por
ejemplo, la enfermedad de Parkinson. O sea que se sacaba el
tejido de la médula por la dopamina. Pero los suecos hacen
experimentos con animales hasta llegar a los humanos. Y
después lo hacen los norteamericanos y los ingleses. Existía
un protocolo internacional ideado por los suecos y todos los
años, los adscriptos a ese programa nos reuníamos para ver qué
estaba sucediendo. Y lo hacíamos dentro de la mayor legalidad
médica. Se lo digo yo que participé de estos estudios en mi
centro. En el mundo se fueron haciendo pocos casos escogidos.
Y eran abortos en países en los que es legal, como en Cuba. En
Cuba, más que legal, yo diría que es masivo porque hay muchos
embarazos no deseados. Pero se hace en instituciones. Y
tampoco es cierto que en Cuba se obliga a las mujeres a hacer
abortos ni que se les paga. Van solas a los hospitales
ginecológicos, que no son clínicas abortivas, sino hospitales
para los partos. Entonces, ese tejido, procedente de un aborto
legal, que iba a tener un camino desconocido, era utilizado,
en estos países que les menciono, para nuestros estudios.
Obviamente, las personas que han querido criticar al gobierno
cubano no se han preocupado por saber si los suecos o los
norteamericanos siguen haciendo esto o no. Yo procedo de una
familia católica, pero me separé de la religión durante muchos
años. Y esto le dio un gran sufrimiento a mi madre. Yo tengo
un artículo en mi blog que se titula “Retorno a Dios de la
mano de un ángel”. Lo escribí llorando porque fue conmovedor
lo que mi madre hizo conmigo para que recuperase la fe. En el
fondo, creo que nunca la perdí. Mi mamá me acompañaba a misa y
un día me dice: “Mi hijita, ¿usted sabe lo que es el
Movimiento Pro-vida”. “No mamá”, le contesto. Y ahí ella
empieza a hablar y me pone la radio católica mundial que se
transmite desde Estados Unidos. Y yo oí. Ella, dulcemente, me
estaba evangelizando.
—Ella estaba en contra del uso de fetos.
—Sabía que ahí todo se hacía bien, pero quería otra cosa. Y yo
estaba preocupada porque los pacientes mejoraban, pero había
problemas por tratarse de tejidos ajenos. Vi que en Japón se
hacía la neurocirugía funcional con mapeo y registro
intracerebral y por control computarizado. Y los resultados de
estas técnicas que no llevaban los trasplantes de tejidos eran
mejores, sin todos los problemas que le preocupaban a mi mamá
y sin el problema de la inmunosupresión desde el punto de
vista médico. Entonces exploré, logré becas y se introdujo la
técnica en Cuba.
—Para abandonar esta otra.
—Para complacer a mi mamá. Y para los pacientes significaba
ciertos beneficios porque los medicamentos no llevaban
inmunosupresores. Una vez me entrevistaron desde Miami y me
preguntaron si me constaba que en Cuba obligaban a las mujeres
a hacerse abortos. Yo les dije que a mí no me constaba, y la
periodista me dijo que yo no se lo decía porque tenía miedo.
¿Qué miedo voy a tener yo?
—¿Es correcto decir que para esas técnicas a los fetos se los
mantenía con el corazón latiendo?
—No es cierto ni en Cuba ni en otros países. Quiero que quede
claro que todos estos científicos son personas muy buenas y
hasta donde yo sé en Cuba nunca se ha negociado con fetos ni
se ha obligado a mujeres a realizarse abortos.
—A principio del siglo pasado, la mayoría de la gente moría a los
45 años de infecciones o traumatismos, y sólo el 20% de las
enfermedades eran crónicas. En la medida en que la medicina y
las condiciones de vida permitieron que las personas vivieran
70 años, hoy el 80% de las enfermedades son crónicas y sólo el
20% agudas. ¿La ventaja de la medicina cubana es absorber a
los pacientes que dejaron de ser agudos para pasar a ser
crónicos?
—Es verdad, pero en Cuba también se tratan las enfermedades
agudas. Además,
la Organización Mundial de la Salud
tiene muchos programas que están a disposición de todos los
países. El gobierno cubano fue muy inteligente, los utilizó y,
rápidamente, fueron eliminándose estos problemas.
—¿La medicina de los países desarrollados está más focalizada en
tratar a los pacientes agudos, que se curan o se mueren,
mientras que la cubana se vale de la dedicación y la paciencia
de su recurso humano para tratar enfermedades crónicas, donde
la atención personalizada es fundamental? ¿El factor humano es
tan importante como el científico?
—Una de las ramas terapéuticas de la restauración neurológica
es la rehabilitación. Están los fármacos de última generación,
los métodos de estimulación biofísicos, la neurocirugía no
invasiva, pero hay una rehabilitación muy diferente a la que
se venía haciendo. Cada paciente lleva un programa especial de
acuerdo a sus características, que además es multifactorial e
intensivo. No es llegar a un lugar y que te hagan hacer
ejercicios durante dos horas. Es estar con el equipo ocho o
diez horas. Pero este no es un invento de Cuba. Cuba lo ha
aplicado.
—Lo que me decían es que la ventaja competitiva es una muy buena
mano de obra con un costo muy bajo. En Estados Unidos esas
ocho horas costarían cien veces más.
—Sí, eso es verdad.
—Recursos humanos con bajos costos también es aplicable a otros
países del Tercer Mundo. India es el segundo mayor productor
de medicamentos por lo mismo.
—No hay necesidad de que sea por el bajo costo. Y que me
perdone algún gobierno si se siente aludido. Si robaran menos
para vivir tan bien ellos y sus familias, tendrían más dinero
para el presupuesto médico y para pagarles mejores salarios a
estos sacrificados profesionales.
—Así como el clima de montaña hizo famosas a las clínicas suizas
del siglo XIX, ¿es probable que también el clima cubano
resulte terapéutico para pacientes con determinadas
enfermedades, como por ejemplo los enfermos de soriasis, que
mejoran con el sol y empeoran con el frío?
—Sí. Por ejemplo, la terapia de mi centro en lugar de ser
cerrada y oscura, se realiza al lado de un invernadero. El ser
humano es un ser psicosocial, por lo que el estado de la
psiquis ayuda en la evolución física.
—La belleza de la naturaleza mejora el espíritu y aumenta las ganas
de vivir.
—Exacto. Es importante el aporte que la naturaleza da a la
salud.
—El documentalista norteamericano Michael Moore,
haciendo una sátira contra las deficiencias del sistema médico
norteamericano, se embarcó en una balsa en Miami hacia La
Habana pidiendo ser atendido médicamente de forma gratuita en
Cuba.
—Eso fue una demagogia de ese señor. Si Michael Moore quería
tener una información fidedigna sobre el sistema de salud
cubano, ¿por qué no buscó otra clase de información? ¿Por qué
no buscó información extragubernamental? Me parece que de
alguna manera él formaba parte de este movimiento de corriente
antinorteamericana.
—Pese a todos sus conocimientos, que le valieron reconocimientos
internacionales, ¿usted no puede pisar una institución de
salud cubana?
—A los cubanos, cuando decidimos pensar con cerebro propio, el
gobierno nos convierte en una no persona. Y yo tengo muchas
personas que me quieren, pero que tienen miedo de hablar
conmigo. Y yo prefiero que no me hablen. Por eso evito ir a
las instituciones de salud cubanas.
—¿Estos 15 años de inactividad hospitalaria la desactualizaron?
—No creo que vuelva a operar, porque tuve una fractura de
muñeca y tengo la mano casi invalidada, pero no estoy
desactualizada. Continué leyendo y estudiando muchísimo todos
estos años.
—¿Es cierto que no la dejaban salir porque de hacerlo Cuba perdía
los derechos de patente sobre el tratamiento quirúrgico contra
el Parkinson que usted había desarrollado?
—Yo no había inventado nada. Lo que hice fue asimilar todo lo
que había en el mundo desarrollado. Por lo tanto, ni me
pertenecía a mí ni al gobierno cubano. Ese saber pertenece al
mundo. Creo que eso lo dijo un enfermero que pidió aquí
refugio político. Pero yo no sé quién es ese señor ni por qué
dijo semejante cosa.
—Fiel al criterio de “cerebros patrimonio del país”, Cuba exporta
el trabajo de sus médicos al exterior, pero en varios casos
estos médicos piden asilo. Recientemente, el gobierno de Evo
Morales les impidió a médicos cubanos tomar un avión a Perú,
porque iban a pedir asilo, y la Argentina, directamente, le
concedió asilo al
paramédico Roberto Cruz Cruz
el 3 de mayo pasado. Roberto Cruz Cruz contó a PERFIL que como es
habitual que los profesionales cubanos de la salud en misión
al exterior pidan asilo, sus pasaportes tienen, a propósito,
un número diferente en la tapa que en las hojas posteriores
del documento, para que cuando pidan asilo en el exterior las
autoridades locales duden de la validez del documento.
—Cuando yo ejercía y viajaba al exterior por los congresos eso
no pasaba. No sé si pasa ahora. Es posible. Pero antes no
existía.
—La Argentina concedió asilo a Cruz Cruz poco más de un mes antes
de que a usted se le concediera el permiso de viaje. ¿Cree que
el caso de Cruz Cruz fue una presión del Gobierno argentino al
cubano para forzarlo?
—No lo relaciono. Es común que muchos cubanos intenten
adquirir la condición de refugiados…
—¿De victimizarse?
—Exactamente. Tampoco quiero decir que éste sea el caso.
—¿No cree que su permiso de viaje a quince días de las elecciones
en la Argentina haya podido obedecer a un pedido de
Chávez a
Castro para favorecer electoralmente a los
Kirchner?
—No sé si Chávez hizo algo o no. Me parece que hay muchos
factores que entraron en juego. El gobierno del ex presidente
Kirchner fue el primero que toma en sus manos el caso de mi
familia y lo continúa el gobierno de su esposa. Como me decía
ella ayer, utilizaron los métodos que pensaron que debían
utilizar. Pero además ha habido durante todo este tiempo
importantes gestiones de organizaciones y personas que no lo
han dicho, gestiones anónimas. En la Argentina también está el
caso del
diputado Julián Obligio,
que presentó un proyecto
para que se me diera la nacionalidad argentina. Hay peticiones
de otros gobiernos y de la Iglesia Católica, a cuya comunidad
mi madre pertenece y en la que es muy querida. Hay cadenas de
oraciones por mi madre en el mundo entero. Y esto es
importante. Porque al final quien decide es Dios. Está también
la labor de mi hijo y de mi nuera. Una labor incansable
durante 15 años.
—¿Lo débil que perdura se hace fuerte?
—Era emocionante: 15 años sin parar. Los padres de mi nuera,
Teresa y Carlos, no tienen imagen pública, pero han sido
incansables en esto. Todavía debe haber monjitas cantando por
nuestra familia. Yo le hice una carta a mi madre cuando se
estaba muriendo y puse mi corazón en eso. Le dije: “Dios te
quiere”. Volví a la religión antes de renunciar y me sorprendí
por lo que era esa religión católica que había abandonado. Al
sacerdote con el que me iba a confesar, yo estaba avergonzada,
le dije: “Padre, yo no sé si usted me podrá oír”. Y él me
dijo: “Yo no te voy a oír. Te va a oír Dios”. Y hablé de todos
estos experimentos y de todo lo del tejido nervioso.
—¿Por qué cuando le saqué el tema de los experimentos con fetos se
puso tensa?
—Porque a mí me han hecho mucho daño con esto. Yo pensaba en
escribir en mi blog sobre esto cuando lo estime conveniente,
porque el pueblo cubano no se va a beneficiar ahora. Pero me
alegra que usted lo trate acá. Yo le dije al general Raúl que
me llevaran a una iglesia y que con la Iglesia Católica de por
medio iba a jurar que cuando cerrara los ojos de mi madre iba
a volver. Y bueno, él es alguien que quiere a la familia. Todo
esto se unió. Además, ¿cómo iba a entender la humanidad que
una anciana se muera sin poder ver a su hija porque un
gobierno no lo desea?
—¿Conoce la historia de
las Madres de Plaza de Mayo?
—Sí.
—Su lucha, aunque indirectamente, tiene puntos de contacto con la
de ellas, porque usted, esencialmente, defiende los derechos
de las familias a estar juntas. ¿Alguna vez se le ocurrió
entrar en contacto con ellas para pedirles que intercedieran
ante los gobiernos cubano o argentino?
—No. Ellas sufrieron la persecución de una dictadura, y sin
embargo reverencian otras dictaduras, como la que hay en Cuba,
que es una dictadura de izquierda, mientras que la que hubo
acá fue de derecha. Sé que no iban a hacer nada porque el que
reverencia tanto a aquella dictadura demoniza a quienes
pensamos diferente. Las Madres han sufrido mucho, han luchado
por sus familias y eso merece el mayor respeto. No las quise
irritar, y por eso no recurrí a ellas.
—Usted dijo: “Fidel Castro, que ha sido el verdugo de mi
familia...”.
—Sí, lo dije en Cuba.
—También se dijo que tuvo con Fidel Castro una relación afectiva y
que aspectos emocionales son los que los distanciaron. ¿Cuál
fue la relación que tuvo con Castro?
—Le dije que el señor Fidel Castro me manda a buscar mientras
yo realizaba mis investigaciones en el instituto. El se
impresionó mucho y me preguntó quiénes eran los dueños de eso,
y yo le dije que la comunidad internacional. Entonces él me
pregunta dónde estaba yo, por qué no me había conocido. Y yo
le dije que había estado trabajando en la neurocirugía. Fue
así como se autorizó el centro. Mi nexo con Fidel Castro se
realizó allí. Nunca fui amiga personal de él. Fidel Castro iba
muchísimo, me conocía y sabía que la forma de castigarme era
separándome de mi hijo porque me vio trabajando con él en el
centro y vio el vínculo que teníamos. Pero bueno, de ahí no
pasó nuestra relación.
—Quizás los argentinos estemos muy mal informados sobre Cuba, pero
nos cuesta imaginar que alguien acuse públicamente a Fidel
Castro de “verdugo” y de “torturar psicológicamente a mi
anciana madre moribunda, y a mis inocentes nietecitos”, sin
que esto le genere consecuencias.
—¿Cómo que no?
—Me refiero a que no vaya presa.
—Hay gente que está presa por expresarse. Pero hay gente que
se expresa y está como yo. El gobierno no puede seguir
llenando las cárceles.
—Hay 200 presos políticos en su país por denunciar que su país no
respeta los derechos humanos.
—Es un gobierno muy inteligente para las condenas. Ellos saben
que si me hubieran fusilado me habrían hecho un favor. Me
hicieron lo peor que me pudieron hacer, que fue separarme de
mi hijo y no dejarme ver nacer a mi nieto. Posiblemente elijan
las condenas. Habría sido un escándalo que pongan a una mujer
científica detrás de las rejas. Mejor dejarme encerrada y que
no pueda ver a mi hijo.
—Cuando en 1994 renunció como diputada del Parlamento al
“considerar inaceptable la política oficial dirigida a
dolarizar la institución médica-neurocientífica fundada por mí
y la consiguiente discriminación de mis compatriotas afectados
por enfermedades neurológicas graves”, ¿no era obvio que un
gobierno como el de Castro iba luego a tomar represalias
contra usted? ¿Por qué no pensó en exiliarse?
—Uno a veces es medio quijote en la vida. Denuncié millones de
problemas dentro de un sistema en el que no se puede hablar
por cuenta propia. Viajé en el medio de aquel conflicto a
Estados Unidos y me ofrecieron contratos en distintos países,
pero los rechacé. Yo quería defender los derechos de los
cubanos de frente. Pero sí tomé recaudos con respecto a mi
hijo, que tenía una beca en Japón para un posgrado corto y no
quería ir, pero yo le dije que fuera.
—¿Usted no se exilió para no dejar a su madre sola?
—No es eso. Porque de alguna manera hubiéramos sacado a mi
madre de Cuba. Aunque hubiera sido en aquellos yates de
millonarios que hay ahí y que me ofrecieron a mí misma
sacarme. Es más: me pude escapar de Cuba hace un año porque me
lo ofrecieron. Pero me gusta hacer las cosas de frente.
—¿Cualquier persona que no tenga una enemistad especial con el
gobierno puede salir de Cuba siempre y cuando su familia tenga
dinero?
—Sí, los sacan. Por ejemplo, están vendiendo cartas de
invitación hasta en Rusia. Entonces los sacan por ahí.
—¿Se podría decir que la caída de la URSS marcó un punto de
inflexión en Cuba, porque al desaparecer los subsidios rusos
mostraron que el régimen estaba más consolidado de lo que
muchos creían?
—Siempre pensé que estaba consolidado. Cuando renuncié, en
Cuba se decía que me iba a ir con los Derechos Humanos, porque
en Cuba unirse a los Derechos Humanos es unirse con la
disidencia. Hablé con la persona paradigmática de la
disidencia en ese momento, que era el presidente del Comité
Cubano por los Derechos Humanos, y me dijo que iba en el mismo
coche con Fidel Castro cuando se dio cuenta de que no quería
ser comunista. Me dijo que a este sistema le quedaba poco, y
yo le dije que estaba equivocado, que al sistema le quedaba
muchísimo.
—Pero hubo un punto de inflexión con la caída de la URSS al
desaparecer los subsidios.
—Sí, pero rápidamente el gobierno cubano adoptó una serie de
medidas. Despenaliza el dólar, porque mucha gente tenía
dólares escondidos. El gobierno trata de compensar esta
debacle económica abriendo las puertas a esa comunidad cubana
que está en el exterior y a sus dólares. Además se abre al
turismo. Y ahí es donde se produce un cambio.
—Me quedé con su respuesta anterior cuando dijo que no iba a salir
en el barco de un millonario, que quería salir por el
aeropuerto con su pasaporte y autorización. Y al mismo tiempo
usted decía que no se entiende en el caso de Fidel Castro el
encono contra usted. La composición que me hago es que era el
choque de dos personalidades muy, muy fuertes.
—Puede ser…, pero bueno, nadie ha querido analizar eso.
—Su actitud indoblegable desafiaba más aún a Castro.
—El me conocía perfectamente. Puede ser. Además, yo había
llegado a una posición científica importante, disputada por el
mecanismo de por fuera que existe en el país. Muchas personas
intercedieron directamente con él, lo que le molestó
muchísimo, como lo de las condecoraciones que entregué. Yo
hice una carta diciendo que no quiero condecoraciones de un
sistema que frustró mis sueños de adolescente y que discrimina
a los enfermos cubanos. O sea que usted tiene razón. Yo decía:
pero cómo es posible, si yo soy una mujer, qué es lo que estoy
pidiendo.
—Eso mismo lo debía irritar. “Yo he podido vencer a hombres de dos
metros, cómo no puedo vencer a esta mujer”, debía decirse.
—El vio que mi personalidad era ésa también a la hora de
entregarme totalmente a aquellos enfermos cubanos. ¿Cómo pudo
olvidar cuando él llegaba de madrugada y me veía exhausta?
Cómo lo pudo olvidar a la hora de tener un poco de compasión.
—Ese placer que él veía que a usted le producía su trabajo, como el
que le producía la maternidad, lo llevó a que impedírselos
fuera su castigo.
—Desproporcionado totalmente.
—¿Esa desproporción lleva a las especulaciones sobre si Castro y
Ud. eran amantes?
—Y yo no me molesto porque digo que tienen derecho a pensar lo
que les parezca porque es tan absurdo. Además, es dañino para
el sistema, para su gobierno porque, ¿cómo se ve en el mundo?
Si a mí me dejaban ver nacer a mi nieto, hubieran trascendido
mis críticas, pero no este tema.
—Usted no habría sido un personaje público.
—Claro que no.
—¿El caso de los 10 mil dólares de
César Jaroslavsky
que usted
repartió entre los miembros del
CIREN en contra de la voluntad del
Partido Comunista
de su país fue total o parcialmente causa de su ruptura con el
gobierno cubano?
—Lo que estábamos discutiendo era otra cosa. Yo me pude haber
quedado con aquel regalo de César, que me decía “póngaselo en
la cartera, en la bolsa”. Le dije: “No”. Qué felices estaban
los trabajadores con aquellas bolsas, y que venga aquel
partido de arriba a decirme que yo estaba estimulando con
métodos capitalistas inadmisibles. Pero digo: dales jabón para
que se bañen, un poquito de ropa. La discusión fue dura. No sé
qué pensó Fidel Castro de ello, pero Fidel Castro es un hombre
inteligente. Lo que yo tenía delante de mí no eran personas
inteligentes que me decían que tendría que habérselo dado al
partido. Pero, ¿por qué?
—Si Ud. se hubiese quedado con el dinero sin que trascendiera, no
le generaba al partido ninguna contradicción. El problema fue
que hiciera pública la recepción de ese dinero y su
distribución por fuera del régimen.
—Yo decía: “Tengo delante seres humanos racionales que me
están insultando, casi degollándome por lo que yo no hice”.
Métodos inadmisibles de estimulación capitalista... ¡Por
favor!
—Usted dijo que “Fidel Castro y el gobierno saben que a mí nunca me
ha interesado ser capitalista”, pero en Cuba la acusaban de
egoísmo y prácticas capitalistas.
—Porque él, cuando sale mi mamá parece que se molestó, y
escribió una de esas cosas que él escribe en el prólogo de un
libro que no venía al caso. Entonces digo que era de mí de
quien estaba hablando, obviamente. Que yo parece que estaba
esperando que se cayera el comunismo en Cuba para convertirme
en propietaria. Sabe perfectamente que si yo hubiera querido
ser propietaria de algo no tenía que esperar que se caiga el
comunismo en Cuba: me hubiera quedado en un viaje. A mí no me
importa el capitalismo o el socialismo, ése no es mi problema.
—Usted quiere ser médica.
—Yo quería ser médica y que me dejaran tranquila. Mire, varias
veces le dijeron..., porque me ponía fuerte con los
dirigentes. “Yo necesito esto urgente, porque no hay de esto
para los pacientes”. Entonces me decían: “Tú te crees que esto
es tuyo”. Y yo les decía sí, que en el mejor sentido de la
palabra me lo creo. La excelencia molesta.
—Ese defecto no es patrimonio sólo del comunismo.
—Me perdí momentos irrepetibles de la vida de mi hijo de tanto
trabajar cuando era niño y adolescente. Ya después de adulto
me lo pegué a mí, estudió medicina con excelente expediente y
se hizo de mi misma especialidad. Tenía a mi hijo y a mi
medicina, pero el supremo momento de mi vida no fue cuando yo
operé y él me ayudó, sino cuando él operó y yo lo ayudé. Fue
un aventajado discípulo de uno de los mejores profesores
japoneses en neurocirugía.
—Castro dijo, además, que Roberto Quiñones, su hijo, que emigró
tras casarse con
la argentina Verónica Scarpatti,
era un
profesional “nada brillante” que violó “normas éticas” que
prohíben “relaciones sexuales con pacientes o acompañantes”,
porque el padre de Verónica…
—No el padre, el hermano.
—¿Pero existen esas prohibiciones éticas con los acompañantes?
—No. Y ella no era acompañante. En primer lugar, mi hijo fue
uno de los más destacados graduados de su curso. O sea,
garrafal mentira. En segundo lugar, mi nuera Verónica tiene un
hermano que, desgraciadamente, tiene una discapacidad producto
de una vacuna. Cuando se conoce la existencia del centro, lo
llevan en un estado bastante mal, acompañado de los padres.
Entonces, en unas vacaciones, Verónica viaja desde la
Argentina a ver a su hermano, y ahí se conoce con mi hijo, se
enamora… No son relaciones sexuales: es amor. Y después mi
hijo tuvo que pedirle permiso a medio mundo, porque en
Cuba..., ya no porque necesitan que las señoras se casen con
los extranjeros, en aquellos años cuando un cubano se iba a
casar con un extranjero tenía que pedirle permiso a medio
mundo. Al partido mismo le pidió permiso, y se lo dieron. Y
legalmente se casó en Cuba.
—¿Cuando un hombre se casaba con una mujer?
—Cualquiera de los dos. Un cubano con un extranjero. El hizo
todo. Se casaron en Cuba. Legalmente. Vivieron en Cuba. En
aquel momento le respondo a la prensa extranjera porque lo que
más me dolió es que mi nuera, una mujer íntegra, me pregunta
cómo el señor Fidel Castro, que tanto ha criticado el uso del
insulto personal en las campañas electorales norteamericanas,
insulta personalmente a una dama. Y dije en aquel momento y lo
repito ahora: parece que el señor Fidel Castro necesita un
exorcismo. Pues que lo haga, si ese exorcismo lo va a ayudar a
estar en paz y sobre todo si va a llevar la paz a Cuba.
—¿Qué otro caso de animosidad manifiesta es comparable?
—Huber Matos, uno de los más valientes comandantes de la
sierra, que lo que hizo fue no querer ser comunista. Es un
ancianito enfermo y todavía está la campaña para
desacreditarlo.
—Si Fidel Castro siguiese al frente del gobierno de Cuba, ¿usted
hoy no hubiera tenido el permiso de viaje?
—Este permiso de viaje tuvo que ver con Fidel Castro también.
Creo que el general Raúl Castro esta determinación no la iba a
tomar si no lo consultaba con él.
—¿Y qué pudo haber motivado este cambio de actitud? ¿Que
políticamente hubiera sido peor para él?
—Para su país. Aparte, tanta gente intercediendo. Oiga, ¿cómo
se puede entender? Mi mamá ha escrito a todo el mundo
diciendo: “Mi última voluntad antes de morir es unir a mi
familia”. Y lo único que decía desde que cayó en terapia es:
“¿Y dónde está mi hija? ¿Y dónde está mi familia?”. Entonces,
yo creo que, porque es hombre inteligente, en algún momento
tenía que primar el sentido común sobre… no sé cómo llamar a
estos sentimientos, a esta ira irracional que sentía hacia mi
persona.
—¿Usted ve diferencias conceptuales entre Raúl y Fidel Castro?
—No en lo que al gobierno se refiere, porque es el mismo
gobierno. Pero cada persona es diferente. Raúl es diferente a
Fidel. No voy a decir si más malo o más bueno. Pienso que en
el orden familiar valora lo que es la familia y quiere mucho a
la vida. Y creo que es un hombre con los pies más en la
tierra, hasta por un sentido de supervivencia, está pensando
más en el país. Aunque no veo que se haya concretado nada
importante. De una manera u otra, yo no tengo la menor duda de
que Fidel Castro está gobernando en Cuba.
¿Aquel Fidel Castro con el que tuvo buena relación cambió
respecto del actual? ¿Es una persona a la que el poder a lo
largo de los años fue modificando o esencialmente es el mismo?
—Creo que él es el mismo Fidel Castro. Tiene una personalidad
muy difícil porque es un hombre muy inteligente que suele
comportarse con falta de humanidad, sensibilidad.
—¿Narcisismo primario donde el otro no existe?
—Creo que este tipo de personas se creen iluminados, elegidos.
El que vi en el centro delante de mis enfermos… A mí, que me
quiera a mis enfermos y mi familia, me ganó. Llegaba y me
hablaba mucho de cómo hablaban en el mundo de esto, de los
científicos, de cuándo iba a venir éste, cuándo iba a ir el
otro… Se aprendió el nombre de algunos pacientes: “¿Y cómo
está Miguel, cómo está el otro, cómo están evolucionando?”. Y
yo le decía: “Usted los quiere ver”. Y él: “Bueno”. Entonces,
a los pacientes: “¡Pero qué manera de mejorar tan grande!”. Y
me pareció que se emocionaba. Por eso digo, ¿cómo se le pudo
olvidar?
—¿Fidel y la revolución son la misma cosa para usted?
—Sí, la misma cosa. Porque la revolución, por lo menos en la
que yo creí, no fue revolución, y él fue su jefe. Esa
revolución no es la revolución que se desarrolló en Cuba. Y en
eso fue su líder.
—¿Cuál es su opinión sobre el
Che Guevara?
—Cuando el Che Guevara salió de la escena cubana yo era muy
jovencita, estaba en Ciego de Avila. Hay quienes lo convierten
en un dios y hay quienes dicen horrores de él. Entonces, yo no
tengo elementos personales para opinar sobre él.
—¿Cómo se imagina una Cuba sin los Castro?
—Independientemente de lo enferma que está la sociedad cubana,
el ser humano fue creado por Dios para ser libre. El algún
momento, no sé si dentro de veinte años o cinco, nuestro país
va a tener que tomar un camino en el que los seres humanos
conservemos los derechos con los cuales Dios nos creó.
—¿Más tarde o más temprano Cuba abandonará el comunismo?
—Yo espero que Dios nos ayude a eso, porque es imposible que
los seres humanos vivan en una situación tan antinatural, como
es la falta de libertad, más de medio siglo. Ojalá que eso sea
pacíficamente y ojalá que no sea, como ha pasado en los
antiguos países comunistas, donde había mafias ocultas robando
dinero, que ahora son mafias peligrosas, que entonces los
pobres siguen siendo pobres. El mismo partido era mafia
ladrona. Siguen ellos de una manera u otra deprimiendo al
pueblo. Le pido a Dios que no pase eso en Cuba. No es raro que
pudiera pasar. No estoy de acuerdo con que se explote de esta
manera, y yo no soy ni igualitarista ni combato a los
millonarios ni nada de eso, pero mientras que hay personas que
les sobra tanto el dinero, se muere la gente de hambre en el
mundo.
—¿Los gobiernos escandinavos serían su paradigma?
—La Doctrina Social de la Iglesia Católica. Que no ha llegado
a ser ni un gobierno…
—Pero si tuviera que elegir un gobierno de los países que
usted conoce.
—En Suecia yo vi libertades. Además, hay buenos sistemas de
salud.
—¿Cuál es la imagen del presidente
Barack Obama
que llega a la
isla a partir de sus gestos y discursos a favor de un mayor
entendimiento entre Washington y La Habana?
—Tengo una mejor opinión del presidente Obama, porque me
parece tan normal. Y pienso que lo primero que tiene que ser
un dirigente de cualquier país es ser una persona normal.
—Cuando dice que es normal, ¿quiere decir que no es fatuo, que
no es como Castro?
—No. Normal quiere decir un ser humano que cuando habla no
ofende, no insulta, que hace raciocinios mesurados, que no
anda en confrontación con el mundo entero, como no solamente
Fidel Castro hace. Que lo mismo se sienta a dialogar con uno
que lo ha estado ofendiendo hasta el momento. Además, es
inteligente. Me parece que si lo dejan, va a hacer mucho por
su país. Y tal vez purificando la imagen que hay de Estados
Unidos, se pueda hacer mucho por el resto del mundo. En Cuba
es muy bien visto. Sobre todo por esto de que eliminó las
restricciones que había de parte de Estados Unidos para las
visitas familiares. El cubano piensa que Obama va a ayudar a
que más cubanos se puedan ir.
—¿Y qué piensa del rechazo de Cuba de volver a
la OEA?
—Que para volver a la OEA tiene que mediar un diálogo y que
tienen que comprometerse, por ejemplo, con la carta
democrática de la OEA. Aunque se han comprometido a varias
cosas que no han cumplido. Pero bueno, creo que esto
establecería un compromiso con sus propios gobiernos aliados.
O a lo mejor ya quieren hacer una OEA que no tenga ni a los
Estados Unidos ni a Canadá.
—¿Es posible imaginarla a usted liderando un movimiento de
transición hacia la democracia en Cuba, tal y como lo hizo
Nelson Mandela
en Sudáfrica?
—Totalmente imposible. Rechazo la política con todas las
potencialidades de mi existencia. Además, los médicos, tan
médicos como yo me siento, carecemos de ese don de masa que
tiene que tener un líder. Nada más me imagino viendo enfermos.
Es más: si en mi país se produjera algún cambio ni siquiera
quiero asesorar nada. No quiero saber nada que tenga que ver
con la política. Yo le doy mis opiniones, pero no quiero
colegiarme en nada.
—Cuando Ud. acusa y rompe con el gobierno de Cuba en 1994,
muchas situaciones que denuncia ya se venían produciendo desde
hacía más tiempo. ¿La que cambió fue Ud., no el gobierno?
—Lo que cambió, que me lleva a tomar la decisión definitiva,
es este problema de los enfermos extranjeros y los enfermos
cubanos. Yo denuncio básicamente por eso. Pero yo tenía en mi
pensamiento una serie de cosas que no entendía y otras que no
conocía. Porque una vez que me desvinculo del sistema me queda
tiempo para explorar muchas realidades que yo desconocía y
otras que ya había palpado, pero que, como le dije, me había
concentrado en el mundo de la medicina.
—Perdone mi ligereza por emitir una opinión con tan poco
conocimiento, pero de la misma forma que creo que la cuestión
personal, el choque entre dos caracteres irreductibles que se
cruzaron, explica la sobreactuación de Castro, creo que el
cristianismo, la reevangelización, como usted lo llama, fue el
punto crucial y no solamente su clínica porque sus denuncias
de entonces exceden a la salud pública.
—No, yo digo que fue lo que me llama a romper. A decir: hasta
aquí.
—Su clínica fue el catalizador pero la causa fue el
catolicismo.
—Puede ser. Entonces, me senté en mi casa a escribir todos los
pensamientos que me habían perturbado durante mucho tiempo. Y
a explorar, y tuve conocimiento de cosas que hasta ese
momento, como estaba tan absorta en mi trabajo, no conocía.
—Por su condición de polaco, el papa Juan Pablo II fue
determinante para la caída del comunismo. En su visita a Cuba,
él pidió que se le concediera el permiso de viaje. ¿Cómo se
arreglaban y arreglan los católicos cubanos y usted misma para
conciliar el catolicismo con el comunismo?
—Es imposible. Por eso le digo que a mí me costó volver. El
comunismo es ateo. Y el que diga lo contrario es ateo. Lo que
pasa es que cuando mi madre me toma de la mano para volver al
catolicismo, antes de renunciar, todavía yo militaba en el
partido; me sentía tan incómoda en el partido. Lo que pasa es
que el partido de mi Centro se concentraba en el objetivo de
todos los que estábamos ahí, que eran los enfermos. Nosotros
no perdíamos mucho tiempo en hablar, aunque siempre venía el
partido de nivel superior a perturbar.
—Su país era la medicina.
—Ahí había una mística de trabajo. Había gente muy buena, que
todavía debe estar en Cuba, que estábamos ahí en el partido,
que su problema eran también los enfermos.
—En la ex Unión Soviética, la incompatibilidad entre Iglesia y
comunismo era tal que Stalin, literalmente, demolió la
catedral.
—Allá no se llegó a eso porque Cuba es de profundas raíces
católicas. Pero sí se persiguió. Yo lo viví en mi madre. Mi
padre sufrió mucho porque le dijeron: “Tu esposa está ayudando
a los curas, entonces te tienes que divorciar de ella”. Lo que
pasa es que mi madre es una mujer tan excepcional.
—Una de las diferencias entre Castro y
Stalin
es que Castro toleró a la Iglesia.
—Y que en Cuba no hubo esas matanzas enormes que hizo Stalin,
sino esta represión, este cuartel en que se vive. En Cuba se
han hecho muchas ejecuciones morales. Cuando usted trata de
degradar a un ser humano ante su pueblo, lo está ejecutando
moralmente. A veces, es mejor hasta que te maten físicamente.
Y con todo esto que él escribió no pretendía otra cosa que
ejecutarme moralmente. Estoy hablando de mi caso. Las
ejecuciones morales siguen y antecedieron al caso mío.
—El último acto público que tuvo Fidel Castro fuera de Cuba
fue en la Cumbre del Mercosur
que se realizó en Córdoba,
Argentina, en julio de 2006. En ese encuentro, el presidente
Néstor Kirchner le dio una carta para pedirle que la autorice
a usted a viajar a Buenos Aires, pero él se molestó por ese
pedido y entró en un cuadro grave de salud del que no pudo
recuperarse. ¿Es probable que su molestia ante los reclamos
sobre usted haya disparado algún efecto psicosomático sobre su
salud?
—Ay, por favor, yo no quiero pensar eso. Dicen que tiene un
problema intestinal. Además, no creo que sea el único disgusto
que pueda tener en un país tan devastado y con tantos
problemas.
—Las cuestiones personales tienen una importancia subjetiva.
—Ojalá no sea así, y se lo digo con la mano en el crucifijo,
que yo le deseo al señor Fidel Castro que se ponga lo mejor
posible de salud, que además adquiera una paz que todos los
seres humanos necesitamos a cualquier edad, pero sobre todo a
una edad avanzada como la que él tiene.
—Usted marcó que se quedará hasta que su madre cierre los
ojos, que piensa volver. Su madre también vino con permiso de
seis meses.
—Pero se lo renovaron, está legal aquí. Cuando se le venció el
permiso, fue mi familia a la embajada cubana, porque mi madre
dijo: “Que no me vayan a declarar quedada, porque yo no
quiero”. Le dijeron que le podían ampliar el permiso y todos
los meses tienen que pagar una cantidad de dinero en divisa.
Creo que es como un impuesto.
—La escuché decir que se equivocó al dedicar tanto tiempo a la
lectura y el trabajo y menos a su familia. Ahora que tiene a
todos los suyos juntos en la Argentina, ¿quiere volver a Cuba
sólo para cumplir con su promesa?
—No es por la promesa. Cuando me entregan los documentos, yo
les digo: “Y dónde tengo que ir a hacer el juramento”. Y me
dijeron: “No tiene que hacer ningún juramento”. Yo propongo
hacer un juramento, ellos no me lo pidieron.
—No creen en Dios.
—Parece que no creen. No me lo pidieron o no lo creen
necesario. O sencillamente dijeron: “Que se vaya, que se acabe
de ella”. Siempre uno tiene algún pensamiento en el plano de
la irracionalidad, y puede ser que este pensamiento mío esté
en ese plano: pienso que a lo mejor puedo servir a mi patria
escribiendo dentro de Cuba. Además, no me gusta hablar desde
lejos. Incluso quiero que lean bien mi blog para que nadie
vaya a decir: “Ahora ella está criticando más fuerte”. Porque
Cuba tiene sus voceros donde quieras.
—Usted también dijo que aceptaría la ciudadanía argentina.
—Sí, cómo no.
—Y regresaría a Cuba con pasaporte argentino.
—El gobierno cubano no permite que nadie vaya a Cuba con un
pasaporte que no sea cubano.
—Si usted volviese, ¿su hijo Roberto Quiñones podría ir a
visitarla sin riesgo?
—No. Jamás haría que mi hijo fuera a Cuba. Si yo logré
desprenderme de mi hijo para sacarlo del peligro…
—Entonces, ¿por qué volvería? ¿Para no verlo nunca más después
de todo lo que luchó?
—Lo que quiero es que cuando mi familia pueda reunirse un
ahorro, como una abuela que vive en un país diferente a sus
nietos, haga lo que hacen otras abuelas en el mundo.
—¿Pero usted cree que le van a dar el permiso?
—No lo sé. Pero yo pienso que mi derecho es entrar. Mire, se
lo pido a la Presidenta, además, porque estoy viendo sufrir a
un por ciento elevado del pueblo de Cuba por esto.
—Es capaz, para que esto se modifique en representación de
muchas otras personas que no tienen su trascendencia pública,
de sacrificarse y no ver a su familia.
—Es lo que estoy pensando en este momento. No creo que lo mío
vaya a ser determinante en el sentido de que ellos lo van a
poder hacer. Lo hacen conmigo o sin mí. Estoy hablando de mi
posición como persona. Lo que podía hacer lo hice con la
señora Presidenta, y si puedo lo voy a seguir diciendo y lo
voy a seguir escribiendo y con cuanta persona que me encuentre
lo digo.
—Antes de que en 1995 le impidieran viajar al exterior, visitó
varios países. ¿Cuáles?
—Francia, España. Suecia, Inglaterra, Italia. Fui invitada por
la comunidad neurocientífica de esos países a congresos, a
intercambios científicos. También fui a la URSS,
Checoslovaquia, Bulgaria, Alemania comunista.
—Antes de la caída del Muro de Berlín, entonces.
—Sí, después no fui. Estuve en Argelia durante más de dos años
cumpliendo lo que el gobierno cubano llama Misión
Internacionalista. El gobierno argelino contrató mis servicios
al gobierno cubano, y yo fui a prestar servicio como
neurocirujano a Argelia.
—José Luis Borges decía que cuando se viajaba no sólo se lo
hacía en el espacio sino también en el tiempo; en los lugares
más retrasados se iba hacia el pasado, y en los más
adelantados, hacia el futuro. ¿Tienen conciencia los cubanos
de que cuando los extranjeros visitan su país sienten que
viajan al pasado?
—No, porque Cuba ha sido un país muy cerrado, incluso se
prohíben ahora canales de televisión de otros países, aunque
hay antenas clandestinas. Esto hace que el pueblo no tenga
información sobre nada. La prensa es toda del gobierno y dice
lo que el gobierno decide que se diga. Ahora, el pueblo ha
comenzado a hablar con los turistas y creo que percibe la
diferencia entre un país y otro. Desgraciadamente, las
generaciones más jóvenes los están percibiendo no como países
donde se respetan las libertades, los derechos, sino donde las
personas tienen celulares y bienes materiales que ellos no han
tenido.
—Cuando hace 20 años cayó el Muro de Berlín y los primeros
habitantes de la ex Unión Soviética pudieron viajar fuera de
su país, se producían situaciones graciosas como que las
mujeres se arreglaban con rodete, a la moda de las series
norteamericanas de los años 60, porque creían que así era
Occidente.
—En mi blog, uno de los artículos que escribí habla
precisamente de ese tema. Cómo era la elegancia en Cuba antes,
cuando mi madre tenía una casa de moda, y cómo se congeló con
este sistema. Es posible que suceda, aunque los cubanos me dan
la impresión de que somos un poquito más inteligentes.
—¿Vio la película “Goodbye, Lenin”, donde se narra la vida en
la RDA después de la caída del Muro del Berlín?
—Debe hacer 40 años que no voy al cine. Hay bastante tiempo
para ver videos en Cuba, y la gente los compra
clandestinamente. Pero yo no tengo.
—En los primeros años posteriores a la desintegración de la ex
Unión Soviética los rusos se ponían saco y corbata para ir a
McDonald’s y sobredimensionaron todo lo que venía de los
países desarrollados. ¿Existe ese riesgo en Cuba?
—Existió cuando el gobierno cubano abrió las puertas a lo peor
del capitalismo en Cuba. Eran personas pervertidas que venían
buscando a las jovencitas cubanas. Al principio, les daban una
bolsa con algo de alimento y se conformaban. Ya no, incluso
ellas están buscando, inteligentemente, un matrimonio, aunque
sea con un anciano europeo que le permita abandonar el país.
Se sobredimensionaba al extranjero, eran como dioses. Personas
que no eran absolutamente nada en su país decían “ese país es
un paraíso” porque lo trataban como a un rey por el solo hecho
de ser extranjero. La población cubana es inteligente y ha ido
comprendiendo que son seres humanos que han tenido un poco más
de oportunidades. Yo no creo que esa posición ridícula se vaya
a repetir en Cuba.
—Un cubano, muy importante en su país y en el nuestro porque
fundó la televisión de Cuba y de Argentina, Goar Mestre,
siempre me decía que los cubanos eran los argentinos del
Caribe, porque tenían mucho éxito fuera de Cuba como también
los argentinos en nuestros países vecinos.
—Aún ahora puede verlo: hay un mercado negro tremendo, hay un
ánimo de progreso innato.
—Lo contrario al amor no es el odio, sino la indiferencia, los
rusos también tenían un nacionalismo antinorteamericano que no
era más que un mecanismo de defensa que solapaba su admiración
por el mundo anglosajón.
—Publiqué en el blog, poco antes de salir, un artículo en el
que toco el tema del sentimiento antinorteamericano. Hay
causas que han generado resentimiento en las poblaciones
pobres, injusticia social, tal vez la voracidad de algunas
transnacionales. La injusticia social no es justo que exista.
Hay gobiernos que utilizan este sentimiento como coartada para
justificar su incapacidad y hasta su propia corrupción. Es
significativo que haya personas que se han enriquecido
gobernando países pobres, que tienen a sus hijos estudiando en
Europa y que ven como lo peor al capitalismo salvaje. Culpan
de todas las cosas que suceden en sus propios países a los
Estados Unidos. Ahí se unen una coartada y una hipocresía del
individuo que pregona de una manera y vive de otra. Si usted
critica tanto a los norteamericanos, usted debiera ser una
persona muy humilde. Ahora, si usted vive como el más rico y
millonario de los estadounidenses a expensas de su propio
pueblo, usted es un hipócrita.
—Usted menciona su blog, Internet fue como una ventana para
usted, a pesar de las pocas horas por día…
—No, por semana. Mis artículos se los paso a
Cadal (Centro
para la Apertura y el Desarrollo de América Latina),
ellos son
mis amigos y me dejan entrar al blog. Me lo sitúan porque yo
no sé nada, a veces no me alcanza el tiempo ni para
transmitirles los artículos que llevo.
—Calificó de estupidez la reciente abolición de la prohibición
de tener computadoras personales, dispuesta por Raúl Castro;
pero antes de las computadoras está el teléfono. ¿Cuantos
hogares en Cuba tienen teléfono?
—Mi percepción es que ha ido mejorando bastante en los últimos
años con una empresa mixta, Etecsa, que es la empresa
telefónica de Cuba asociada creo que con mexicanos e
italianos. Ellos digitalizaron casi toda la isla. No se puede
comparar con la situación de otros países, porque no todo el
mundo tiene teléfono, pero de hace diez años a hoy, ha
mejorado mucho.
—Cuba tiene un territorio de casi la mitad del tamaño de
Uruguay, pero con el triple de habitantes: 11 millones. ¿Esto
la condena a ser un país pobre, independientemente del sistema
político que practique?
—Antes de la revolución, yo tenía 15 años, pero era una
jovencita que pensaba y miraba. Había mucha pobreza en Cuba,
pero no nos homologaban en la pobreza. Además, aquel gobierno
no pregonaba que era el de la justicia social, como sucedió
con este gobierno. Había pobreza y era inaceptable porque era
un país con una naturaleza muy pródiga, sobre todo en algunos
aspectos, porque no tiene petróleo (ahora se está descubriendo
que algo tiene), pero había mucha corrupción gubernamental.
Después, con este gobierno estalinistas, lo que pasa es que se
ha homologado al país en la pobreza. También tengo en el blog
un artículo en el que digo que existe como un estado de
indigencia nacional, porque vivimos de regalos, de dádivas.
Hay más de tres millones de cubanos viviendo fuera de Cuba que
no permiten que los familiares que estamos en Cuba nos muramos
de hambre. Es muy duro para una persona que trabaja… Gente que
sigue siendo fiel al sistema, personas muy buenas, muy
decentes, muy trabajadoras ahora tienen que vivir de lo que
les mandan los familiares, los otrora detenidos, traidores.
Eso es muy humillante para un pueblo tan creativo. En los
niveles gubernamentales no viven así.
—¿Existe alguna posibilidad de que Cuba recorra un camino
mixto similar al de China?
—Estoy casi segura. Viendo como está mi país y que este
gobierno está bien enraizado, no creo que se vaya a terminar
ni que este sistema vaya a cesar. Posiblemente, hagan algunos
cambios y con la ayuda de todos esos países que los están
ayudando traten de abrir un poco la economía y mantener la
dictadura que es. Además, el pueblo cubano ha aprendido a
vivir al límite.
—Por la baja de los precios de las materias primas que exporta
Cuba y del turismo, su país anunció una reducción del 6% del
presupuesto nacional. ¿Cómo viven la crisis económica mundial
en Cuba?
—Es difícil delimitar porque se ha vivido en crisis 50 años.
La apertura a partir de 1993 al turismo, a despenalizar las
divisas fue por otra crisis. Había que despenalizarlo porque
las personas las tenían escondidas. Si usted tiene una madre o
un hijo que le está mandando dólares, ¿por qué no los va a
poder utilizar si son legales? Antes se podía ir a la cárcel
por tener dólares, pero entonces toda la gente empezó a
sacarlos y a comprar en tiendas. Y a viajar a Cuba los cubanos
que estaban afuera y traer dólares. Hubo una época en que se
vivió mejor, y no por el gobierno, sino a expensas de esto que
le estoy describiendo. La prensa cubana dice que hay problemas
de liquidez debido a la crisis internacional, que el níquel
bajó, etcétera; yo he leído que hay algún problema con el pago
a los empresarios de empresas mixtas, que parece que algunos
se han ido retirando, y parece que Cuba ha bajado sus compras
en el exterior. Esto determina que las tiendas que venden en
divisas estén más desabastecidas. Ese es el socorro de gran
parte de la población que cuando consigue divisas va corriendo
a comprar aceite, jabón de baño, papel sanitario, etcétera.
—Las medidas incluyen reducciones de granos y sal en la
libreta de racionamiento y los servicios públicos de
transporte, con recortes de horarios, rutas y frecuencias.
¿Qué significa eso en la vida cotidiana?
—Hay una libreta de racionamiento que tiene casi 50 años y que
vende a cada cubano una serie de productos, pero a precio
subsidiado. Al principio eran bastantes cosas y cada vez
quedan menos. El resto hay que comprarlo con pesos cubanos
normales y con pesos cubanos convertidos, porque ya no sirven
más los dólares: si tiene dólares, tiene que cambiarlos por
una moneda que se llama peso cubano convertible. Usted recibe
100 dólares, pero el gobierno cuando le cambia le da 80 y se
queda con 20.
—¿Qué información tienen los cubanos sobre lo que sucedió con
la ex URSS y China, y qué opinión se formaron?
—La que el gobierno da. En Cuba se vive en la supervivencia,
con mucho miedo a tener problemas con el gobierno y tratando
de resolver sus problemas individualmente. Los jóvenes,
yéndose, por las vías que usted no se puede imaginar, porque
la creatividad va sumando nuevas vías que ya no son cruzar a
La Florida. Hay muchas variantes de esto que es tráfico
humano, que es pago, y pagan los familiares que están en otros
países, o casándose con ancianos. No creo que interese mucho
lo que sucedió con la URSS o con China.
—Este año se cumplieron 50 años de la Revolución Cubana.
Describa en retrospectiva las cosas que fueron buenas y las
malas.
—Cuando un gobierno le da al pueblo un sistema de salud y
educación no está haciendo nada del otro mundo, para eso están
gobernando y es elemental. El gobierno cubano cumplió con su
deber en ese sentido y lo ha utilizado como una alucinante
propaganda. Que otros países no lo hagan, no significa que si
uno lo hace sea algo excepcional. El sistema de salud, en las
décadas de los 60 y 70, fue extraordinariamente bueno,
universal, gratuito, pero se ha deteriorado con el tiempo, más
que por los factores materiales, por los humanos. Cuando el
ser humano vive tantos años sin libertad, se enferma; eso se
refleja en todos los sectores de la sociedad. Posiblemente
estas instituciones estén bien abastecidas, pero se roban el
jabón, el paño para limpiar el piso, la medicina, las sábanas
de las camas, y esa situación repercute en la atención.
Además, el personal es llevado a otros países, masivamente, y
hay un poco de falta de personal: usted puede llegar a un
hospital que fue verdaderamente excelente y lo encuentra
sucio, falto de mantenimiento. Lo más triste es que muchas
veces el gobierno lo repara y al poco tiempo está igual
porque, como le digo, el factor humano es indispensable. En
este momento hay en Cuba tres planos en la atención en salud:
el de los dirigentes, que siempre ha sido mejor que el del
pueblo; el de los extranjeros, y lo otro es lo que está para
la población. También ha surgido un sistema de salud privado
clandestino que no está promovido por el gobierno, y parte del
personal de salud le cobra a la población cuando llegan a las
instituciones gubernamentales.
—¿Cuándo estuvo usted por última vez en la URSS?
—Sé a dónde va. Fue en los años 80. Estaba en
el Instituto de
Neurocirugía Burdenko
y veía que alrededor de los quirófanos
se acumulaba gente. Un día pregunté a un médico qué hacían
allí y me contestó que estaban esperando a los neurocirujanos
para pagarles. “¿Cómo para pagarles?”, le pregunté. “Bueno,
doctora, nosotros tenemos que vivir también”, me contestó. En
aquella época ya me sentía un poco defraudada, ¡pero que en la
cuna del socialismo sucediera semejante cosa! Yo decía: “En
Cuba jamás va a suceder”. Ya está sucediendo.
—Y no sólo se pagaba por las operaciones, con lo que se
dispusiese –en las zonas no urbanas con una gallina, por
ejemplo–, sino en casi todas las actividades: a los profesores
de las facultades había que llevarles un regalo para que
tomaran examen.
—También en Cuba es así. Yo no quiero que me lo discutan,
porque quien está hablando viene de ahí adentro. La otra
bandera del gobierno cubano es verdad: la educación. Es
gratuita, usted puede estudiar cualquier carrera
universitaria, libremente. Pero usted no tiene derecho de
educar a sus hijos en los principios que usted quiera: se los
educa marxista-leninistas. Además, somos alfabetizados, pero
no podemos leer lo que queremos porque el gobierno decide lo
que se puede leer. Lo positivo es que hay centros científicos
importantes, que ojalá se puedan conservar si mi país
evoluciona, porque son centros de muchísimo nivel con
científicos de altísimo nivel y muchísima calidad como seres
humanos.
—¿Cuándo y por qué usted abrazó el comunismo?
—Cuando triunfa la revolución, tenía 15 años. Soy de una
familia católica, estaba educándome en un colegio de monjas,
ya tenía una beca para estudiar en España o en Estados Unidos
por las instituciones de mi diócesis que eran privadas, y
siempre se le daba al más destacado. Mi familia paterna había
luchado el 26 de julio en el movimiento de Fidel Castro en la
clandestinidad urbana. Fidel da un discurso y la jovencita que
yo era se quedaba fascinada, era como si hubiese estado
predicando el Evangelio. Mi madre quería irse por el tema de
la religión, que enseguida empezaron a perseguir, pero en los
matrimonios de esa época los hombres decidían. Entonces, yo le
creí ciegamente y en lugar de estudiar medicina con mi beca,
estudié en Cuba. A mí me dieron, como se dice en Cuba, a la
militancia del partido comunista muy joven porque eso se
considera un estímulo al intelecto, un estímulo docente porque
siempre he sido una trabajadora incansable. Ya desde el
principio, había cosas incompatibles: el verbo de ellos con su
acción. Pero uno siempre trata de defender y autoengañarse.
Hubo un momento en la vida en que me dije: “Esto tiene que ser
mi vida”. Porque aún las personas que nos destacábamos, que
tratábamos de hacer lo mejor posible, sufrimos mucho. La
visión internacionalista me abrió mucho los ojos. Me dije: no
es verdad lo que están diciendo, no es un problema de error
humano, aquí hay un problema de sistema. Pero con el sistema
médico por encima de todo, dije: “Me voy a dedicar a mis
enfermos y que a la política se dedique otro”.
—¿Qué piensan hoy los jóvenes sobre la revolución?
—La minoría cree en el sistema por influencia de los padres, y
hay un porcentaje elevado a los que no les gusta mucho el
sistema, pero no creo que valoren la falta de libertad, la
confiscación de los derechos. Más bien están comparando la
vida superflua de los jóvenes. Tienen cosas que ellos no
tienen, y algo que es más común que el amor: la libertad de
viajar. Las personas de más peso lo piden por la unión de las
familias; los más jóvenes piensan en las familias también,
pero quieren otros mundos.
—Ud. logró ser legisladora. ¿Cómo se trata a la mujer en la
política de Cuba?
—Ellos fueron los que decidieron que fuera legisladora. Usted
sabe que allá hay boxeadores, peloteros, músicos y científicos
como yo, pero ahí todo lo decide el gobierno. La mujer no es
discriminada en los trabajos, ellos tratan de que haya
representación femenina y racial en el Parlamento, en el
Estado, pero sí creo que hay violencia contra la mujer desde
el poder.
—Usted atribuye el permiso que obtuvo para salir de Cuba en
parte a la acción de los medios de comunicación. ¿Cómo percibe
el contraste con un país como Argentina, donde existen decenas
de medios y no pocos críticos al gobierno?
—En Cuba es espantoso. Uno está esperando cada día que lo
agredan con las manos atadas y una cinta en la boca. El pueblo
no tiene modo de expresarse que no sea utilizando un medio
extranjero y si lo utiliza, le dicen mercenario. Es muy duro
no tener cómo expresarse en su propio país, nada más que
viviéndolo se sabe. Y saber que pesa sobre uno la posibilidad
de que lo insulten públicamente, como hizo el señor Fidel
Castro conmigo, sencillamente porque uno no piensa como el
gobierno cubano.
—¿Y los medios argentinos?
—Yo los quiero mucho. En el momento en que mi madre necesitó
ayuda, porque estábamos desamparados, nunca nos abandonaron,
y no porque fuera su trabajo o porque ganaran dinero, porque
yo percibí la sensibilidad con la que trataron el tema. Por
lo tanto, ahora que ya no los necesito, no puedo ser una
ingrata y decir que ya no hablo con los medios.
Jorge
Fontevecchia, para Perfil.com
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