26 de Enero de 2009
Kim,
vietnamita
![](vidasocial9_archivos/image002.jpg)
Tiene 17
años y es la cantante de hip-hop más popular de Vietnam. Una
chica de Hanoi que eligió expresarse como los chicos de Harlem.
Sus padres la llamaron Le.
Pero hace tres años, cuando empezó su carrera de cantante,
eligió llamarse Kim, porque quería un nombre que todos
pudieran recordar fácilmente. Le nació en 1991 en Hanoi, la
capital de Vietnam: en esos días su país empezaba un ciclo de
desarrollo industrial y comercial a la china, que lo convirtió
en el segundo milagro capital-comunista asiático –y grandes
cambios sociales. Los padres de Le, por ejemplo, tienen
empleos que no existían hace veinticinco años: su madre
trabaja en una compañía que fabrica juegos de computadora; su
padre, en una oficina comercial. Le iba a la escuela pública,
jugaba, pintaba árboles y soles, cantaba las canciones que
escuchaba su hermana mayor: una vida normal que a veces la
aburría.
–A veces pensaba que cuando
fuera grande iba a ser maestra; otras que quería ser una
empresaria y ser dueña de una compañía. Cambiaba sin parar.
Nunca pensaba lo mismo mucho tiempo, pero creo que quería
hacer algo diferente, porque la vida me parecía muy aburrida.
El descubrimiento. Hasta un
día, cinco años atrás, en que no paraba de llover, y Le oyó
una canción. Ya tenía doce años; la lluvia la había encerrado
en su casa y escuchaba un cedé trucho con una recopilación de
música pop que se había comprado el día anterior. De repente,
una de las canciones la sacudió en su silla: el ritmo tenía
una potencia que nunca antes había oído. Kim miró la
información: el grupo se llamaba Bone Thug-n-Harmony y sonaba
completamente diferente. Le acababa de descubrir el hip-hop.
Tuvo la sensación de que desde entonces nada sería igual.
Le trató de averiguar
quiénes eran esos cantantes, qué otros grupos hacían canciones
parecidas. Las buscó por todas partes: no era fácil
encontrarlas. Al principio sólo le importaban las melodías;
después necesitó saber qué decían sus letras. No conseguía
entenderlas; alguien le dijo que si se iba a un cibercafé
podía encontrarlas en Internet. Su inglés no era tan bueno:
con dificultades, empezó a entender que hablaban de la vida de
los negros en los Estados Unidos, de delitos, de drogas, de
sexo, de dinero, de incomprensión social y enfrentamientos con
la policía.
–En Vietnam tenemos muchas
canciones, por supuesto. Pero las letras son tontas, ninguna
habla sobre la vida real: son tan falsas. Cuando escuchas
canciones vietnamitas, siempre oyes las mismas palabras: yeu
–amor–, chia tay –separación–. Para mí fue un descubrimiento
escuchar canciones que hablaban sobre la vida de la gente, de
cosas reales, de libertad.
A esa altura, Le ya sabía
qué quería hacer con su vida: sería una rapera, una cantante
de hip-hop. En esos días se compró, por primera vez en su
vida, un libro: era un diccionario inglés-vietnamita que le
sirvió para entender mejor esas canciones. Le se pasaba varias
horas por día escuchando, cantando esas canciones a todo
volumen: sus padres no soportaban tanto ruido, y le dijeron
que sólo podría escucharlas cuando ellos no estuvieran. A su
hermana tampoco le gustaban; Le se sentía sola pero cada vez
más convencida.
–Algunos cantantes pueden
decirte que el camino hacia la música es difícil, pueden
inventar historias. Pero para mí no fue así. Mi hermana
cantaba en una banda pop de chicas, y le preguntó al patrón de
la compañía discográfica si podía tomarme una prueba.
La iniciación. Le se
preparó. Se puso muy nerviosa, pero trató de calmarse. Aquella
mañana cantó una canción de Tupac, Thugz Mansion: “Mierda,
cansados de que nos disparen./ Cansados de que la policía nos
persiga y arreste./ Los negros necesitamos un lugar donde
vivir./ Un lugar que sea nuestro, sólo para nosotros”.
Mientras cantaba tenía la sensación de que no le prestaban
demasiada atención. Cuando terminó, el patrón le dijo que
descansara un rato. Le estaba segura de que había fallado, y
su hermana trató de tranquilizarla: “No te preocupes, siempre
podemos intentar en otro lado”.
Pero esa tarde el patrón la
llamó y le propuso que hicieran una prueba más larga, de dos
meses. La pusieron a cantar otras canciones –primero en
inglés, después en vietnamita–, le enseñaron a moverse y
bailar sobre un escenario. El productor que la entrenaba le
dijo que si quería convertirse en cantante, antes que nada
tenía que aprender a complacer a la audiencia, a cantar las
canciones que le gustan al público. A veces Le se irritaba;
otras, pensaba que era un sacrificio que tenía que hacer para
ser lo que quería.
El día que se vencía el
plazo el patrón de la compañía le dijo que estaba contratada.
De vuelta en su casa, Le se miró al espejo y decidió que desde
entonces se llamaría Kim. No lo podía creer: lo que todas las
chicas querían, ella lo iba a tener a sus catorce años. Iba a
ser famosa, admirada, deseada: una cantante. Pero también
estaba preocupada:
–Me daba miedo no poder
manejarlo, yo era muy chiquita. Y las primeras veces que tuve
que cantar en público me asustaba la gente mirándome ahí
abajo. Pero también me daba miedo volverme una cantante pop,
yo que quería ser una cantante de hip-hop.
Sobre todo, Kim no quería
cantar las mismas canciones de amores blancos, separaciones y
reencuentros que había escuchado tantas veces.
–Quería hablar de la
realidad. Yo hablo de la vida que hay a mi alrededor. Mi
primera canción hablaba de cuánto amo el hip-hop. No funcionó.
No atraía al público. Pero seguí escribiendo sobre nuestras
vidas. Escribí una canción sobre lo que pasa en el colegio.
Las canciones de siempre hablan de colegios bonitos,
estudiantes encantadores, de la inocencia adolescente. Pero
mirá la realidad: los estudiantes tienen sexo, roban, hacen
cosas malas. Nadie escribe sobre eso, sólo sobre cosas lindas.
Como compositora, escribo también sobre esas otras cosas.
El desarrollo económico ha
hecho que los jóvenes vietnamitas tengan mayor autonomía,
mayor movilidad, más lugares de encuentro, más chances de
acostarse con un chico o una chica. Pero para muchos el sexo
sigue siendo tabú. En una investigación reciente, más de la
mitad de los encuestados pensaba que los métodos
anticonceptivos son sólo para gente casada.
–Por eso escribo sobre el
sexo entre adolescentes, sobre el embarazo. A las chicas les
gustan los chicos populares de la clase. Deben ser ricos,
fumar, tener una actitud cool. Y cuando se enamoran, el chico
dice: “Si me amás en serio, tenemos que tener sexo”.
–¿Creés que es malo para los
adolescentes tener sexo?
–Bueno, no es algo malo.
Depende de lo que pienses. Si pensás que tu novio es bueno,
una persona confiable... Pero son adolescentes, vos y él. Él
no tiene trabajo, y vos puedes quedar embarazada. Él no podrá
hacerse cargo de vos porque vive con sus padres y no tiene
trabajo...
El pasado. Kim no era
intransigente: en sus recitales mezclaba algunas canciones pop
con sus temas de hip-hop; sin dejar de complacer a su público,
les mostraba las canciones que realmente le importaban. Y, de
a poco, se iba imponiendo como la principal cantante de hip-hop
vietnamita. Kim canta en inglés con un acento que combina
Harlem y Hanoi, y no le parece contradictorio cantar canciones
estadounidenses. Después de todo, la guerra ocurrió hace mucho
tiempo:
–Yo lo pienso de una manera
simple: no tengo edad como para hablar de política. Pero
pasaron muchas cosas para cicatrizar la guerra. Es como cuando
el sol brilla después de la lluvia. Me gusta la tolerancia y
el perdón. Perdonar forma parte de mi personalidad, y me gusta
que otros perdonen. Yo ví unos documentales sobre la guerra y
era terrible, tantas muertes, tanto dolor. No sé por qué
hicieron esa guerra, solamente siento que la guerra es
terrible.
–¿O sea que no te parece
contradictorio?
–No sé. No quiero hablar de
eso. Fue un error, ellos pidieron perdón. Ahora esa guerra se
ha vuelto algo del pasado. ¿Por qué mirar al pasado y no al
futuro?
Su primer disco, Kim, se
publicó en septiembre de 2006, y se vendió bien. Sus canciones
sonaban en la radio y alguna llegó a estar entre las primeras
de las listas. Kim hacía recitales, cantaba en televisión,
representaba a su país en festivales internacionales. En esos
días, una ONG holandesa, Medical Committee Netherlands, le
hizo una propuesta diferente: que trabajara con un grupo de ex
drogadictas HIV positivas que querían armar una banda de
música. Kim las alentó a rapear sus propias historias para
contárselas al público: así se formó Cactus Blossoms.
–Fue realmente emocionante,
entendí cómo podía ayudar a otras personas con la música. Esas
mujeres contaban cómo se habían infectado, cómo era vivir con
HIV, discriminadas, estigmatizadas. Había gente que lloraba
cuando las escuchaba.
Kim también tuvo que
enfrentarse a la incomprensión: sus padres y sus amigos le
decían que tuviera cuidado cuando estaba con ellas, que no se
acercara, que no las tocara.
–La mayoría de la gente no
sabe nada sobre el HIV/SIDA, creen cosas equivocadas. Por eso
me pareció bueno hacer ese trabajo, para que se enteren de la
verdad sobre estas cuestiones.
No fue tan fácil: algunas de
las Cactus Blossoms pidieron que su espectáculo no se diera en
televisión por miedo de que sus parientes fueran
discriminados.
El éxito. En 2007, un tema
de Kim, Playing Hard, fue seleccionado como la canción oficial
de la Asian Football Cup: fue un respaldo importante. Kim
tiene cada vez más difusión pero no termina de despejar sus
dudas: sus productores le piden que sus conciertos sigan
incluyendo canciones pop, para no decepcionar a esa parte de
su público, y ella, pragmática, por ahora lo acepta. Su
próximo álbum tendrá dos o tres de esas canciones.
–¿Por qué?
–Me preocupa el público.
Tengo que preocuparme por él.
–¿Para vender más discos?
–Sí. Hago hip-hop para
adolescentes, pero los mayores no quieren escuchar eso. Y yo
quiero que ellos también compren mis discos.
–¿Te importa ser famosa?
–Sí, a todos nos importa.
¿Quién no quiere ser famoso?
–¿Y cómo te ves cuando
tengas treinta años?
–Uy, a esa edad ya voy a ser
muy vieja para cantar. Pero me imagino con mucha plata, dueña
de mi propia compañía de discos. Entonces tendré una casa muy
grande y ayudaré a cantantes nuevos. Lanzaré una línea de ropa
y tendré suficiente espacio para que los chicos hagan deportes
extremos… Pero no te voy a decir nada más, porque cuando uno
cuenta los proyectos no se cumplen.
Hoy Kim tiene algunos
proyectos que sí están a punto de cumplirse. En los próximos
meses va a grabar un videoclip y realizar una gira con
canciones que tratan de violencia doméstica, sexualidad
adolescente, salud reproductiva, con la colaboración del
UNFPA. En esas canciones Kim sigue hablando fuerte de esas
cosas que la mayoría de los vietnamitas dicen, si acaso, en
voz muy baja: “… Todos descubrieron su felicidad:/ es su
propia familia./ ¿Por qué formamos familias?/ Para tener algo
que amar./ Y no… Yo… Por favor, miremos los ojos de esos
chicos./ ¿Qué ven?/ Yo sólo veo las lágrimas de los chicos
heridos./ ¿Es esa la casa que esperás?/ ¿O parece el derrumbe
causado por un huracán?/ Vamos, pensá, ¿es esa la casa del
dolor?/ Los padres parecen civilizados, pero esconden mucha
tortura./ Golpean a sus chicos, los amenazan, y nadie se
preocupa por ellos…”.
Kim canta con un ritmo
infernal y una mezcla de enojo y compasión en la mirada. A
veces, dice, se olvida de que tiene diecisiete años, pero en
general Kim se sigue viendo como una chica normal, que va a la
escuela, hace sus tareas, canta sus canciones y sale con sus
amigos.
–¿Y tenés novio?
–No.
–¿No tenés ganas?
–Sí, tengo. Pero cuando me
gusta un chico no sé cómo acercarme, qué decirle. Por eso el
chico no se entera de que me gusta. Y hay otros a los que les
gusto, pero a mí ellos no. Así que en realidad no sé qué hacer
para tener novio… Por M. Caparrós,
Crítica de la Argentina.
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La menos pensada
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