27 de Mayo de 2008
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TUCUMAN (De un enviado especial).- Tres chicos que no superan
el metro de altura cruzan a toda velocidad un campo arado que
se despliega al costado del hoyo 9 del Jockey Club de Tucumán.
Uno se tropieza, se da un buen golpe, pero se levanta y sigue.
Los otros dos le gritan que se apure. Quieren llegar rápido al
alambrado que rodea el club. "Dale que ya viene Pigu", le
dicen, y llegan a tiempo para ver a Andrés Romero pararse
frente a su pelota en el fairway. No se sabe cómo, pero la
multitud de pibes que vive en los barrios humildes cercanos a
la cancha conoce el momento justo en el que aparece el ídolo
de todos en La Rinconada. Muchos se juntan para esperar que
algún jugador impreciso tire la pelota a la calle y ése será
para alguno de ellos un pequeño tesoro. Otros se meten en el
campo y siguen de cerca a Romero, adonde vaya, observando cada
golpe, ilusionados con tener una pelota, un guante, una gorra
de la nueva joya del golf argentino. La admiración los mueve y
a pesar de su corta edad saben que hasta hace unos años Pigu
era uno de ellos.
Como en pocos lugares de nuestro país, en Yerba Buena, un
municipio cercano a la capital tucumana, se ven chicos por
todos lados. Y los clásicos picados de fútbol le dejan paso a
otra pasión. En las plazas, en los patios o en la calle, se
pueden encontrar chicos con un palo y una pelotita, con ganas
de imitar a Pigu. La explicación es simple. Esta zona siempre
dio buenos jugadores y, como Villa Allende, demostró ser un
pueblo conocedor del juego, pero la explosión que vivió la
carrera de Pigu Romero terminó de despertar la pasión, sobre
todo en los más chicos.
Pigu se mueve para todos lados con 15 o 20 chicos detrás. Y
sabe cómo manejarlos. Cuando las voces y el movimiento de los
bajitos superan lo aconsejable, él los llama y los pone en
orden con una simple frase. "¿Se van a portar bien? Bueno,
vamos", les dice Pigu, y eso basta para que lo sigan por la
cancha sin molestar al resto de los jugadores. Santiago tiene
8 años y responde lo que responden todos cuando se le pregunta
a quién viene a ver: "A Pigu, yo quiero jugar como él". Y dice
que le gustaría jugar en una cancha de verdad, porque sólo lo
puede hacer de vez en cuando, en el patio de su casa.
Está claro que en Yerba Buena hay un enorme semillero natural
que necesita ser aprovechado y fomentado de alguna manera. Las
posibilidades de formarse para todos esos chicos de escasos
recursos son muy limitadas y por eso hay algunos proyectos en
marcha. El más concreto es una escuela municipal que fue
anunciada durante el Abierto del Norte y que es impulsada por
César Monasterio, otro de los grandes jugadores surgidos del
Jockey Club. Okin, como lo conocen todos, quiere canalizar
todo ese potencial que ve en las calles y le pone el hombro a
esta clase de emprendimientos. "Una escuela así es necesaria
para que los chicos tengan un lugar donde empezar a jugar en
serio. Ellos tienen que practicar en la cancha y no en un
baldío o en el patio de sus casas. Y con este proyecto, que
apoyamos junto con Pigu y otros profesionales porque nos
parece serio, creo que vamos a avanzar mucho. El TPG Tour nos
donó pelotas para practicar, tenemos el apoyo de empresas
locales y en un principio vamos a utilizar el driving range
del Jockey", dice Monasterio, después de sacar todos los
hierros de su bolsa para que el puñado de pibes demuestre sus
habilidades en el green del 18. Uno a uno pasan pegándole a la
pelota y la pregunta surge espontánea: Si le pegan así
naturalmente, ¿cuánto serán capaces de mejorar si reciben
instrucción y tienen acceso a las canchas de golf?
Está claro que en Tucumán puede haber varios Andrés Romero
entre esos pequeños fanáticos. Algunos ya cargan palos y
apenas superan el tamaño de las bolsas que llevan. Mientras
tanto, se ilusionan con pegarle algún día como lo hace Pigu.
Diario La Nación
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