26 de Enero
de 2009
Nace un
ícono, esperemos que sea real.
Shepard
Fairey, el creador de un nuevo ícono pop
Como la
Marilyn de Warhol, como la foto del Che que tomó Korda, la
imagen de Barack Obama con la palabra “hope” tiene destino de
clásico. Vida y obra de su autor, que comenzó pintando
graffitis en las calles.
![](emprendedor55_archivos/image002.jpg)
Éxito.
Shepard Fairey delante de la imagen de Obama con la palabra
“hope” (esperanza) que se convirtió en
uno de los hits de Internet y de las calles en Estados Unidos.
Toda
estrella pop genera una iconografía propia que la trasciende.
James Dean caminando por el boulevard de los sueños rotos,
Marilyn y su vestido volador en la toma de aire, los anteojos
de Lennon, los cachetes con algodón de Marlon Brando. No podía
ser menos Barack Obama, la estrella que inaugura la era
poplítica (tapa de la Rolling Stones norteamericana en mayo
pasado, la página yanqui de MTV permite que subas tu
“inauguration story” para después pasarla en el canal, y la
versión latinoamericana de la señal mostró Be the change: la
fiesta de la inauguración presidencial, signos claros de la
poplítica).
La imagen
del nuevo presidente norteamericano mirando un futuro que está
ahí nomás, a la altura de los sueños, algo así como un Che by
Korda, embebido durante años en Coca-Cola, en imperiales red,
blue and white viene a cumplir ese requisito: es el ícono que
legitima y sella el cambio de época.
Los asesores
de Obama juran y perjuran que todo fue casual. Que vieron una
de las 350 copias del póster que por propia voluntad había
hecho Shepard Fairey (con difusión exponencialmente
multiplicada en internet, estamos hablando de poplítica),
llamaron al artista y le hicieron un pedido. Que cambiara la
palabra “progreso” que había escrito originalmente por
“esperanza” y “cambio”, que es lo que vendió el poplítico en
campaña. Shepard aceptó y así culminó lo que para muchos
colegas de arte callejero fue una traición: el street art está
siempre contra el poder, jamás lo apoya, le dijeron. Pero
nadie podía darse por sorprendido.
Hace años
que Shepard Fairey no es un skater callejero. Sus relaciones
con los altos mundos políticos y los empresarios de arte no
son recientes. Y son muy, muy exitosas.
Nació en
1970 en Charleston, Carolina del Sur, y más de quince veces
fue detenido por la policía en su adolescencia por bombing art
(bombardeo artístico, graffitis ilegales) en muros públicos o
privados. Es una anécdota que se cuelga como cocarda el día
que lo metieron preso en Japón. Se crió en el arte callejero,
con banda de sonido provista por Sex Pistols, The Clash, The
Dead Kennedys. El combo se completó con los skates que los
padres le regalaron a los catorce. A los diecinueve ya sabía
que graffitis, skate y punk rock no eran sólo la forma de su
vida, quería que también fueran su contenido. Fue por eso que
decidió entrar en la prestigiosa Rhode Island School of Design
(ahí donde anduvieron David Byrne y Gust Van Sant). O sea, más
onda no podía tener el pibe.
Pero nada es
gratis, la Rhode es cara y Shepard consiguió un trabajo para
mantenerse mientras estudiaba. ¿Dónde? Claro, no en una
mercería ni en la construcción ni como repositor de Coto.
Atendía una casa de skates en Providence y por las noches
diseñaba remeras de grupos de rock, calcomanías y todo tipo de
artículos del palo para gente del palo.
Y vino una
noche como una epifanía.
Revisaba
revistas para un adhesivo y encontró unas fotos de André, The
Giant, una estrella de la lucha libre, francés, gigante de
2,24 m., que brilló en Estados Unidos y Japón en la década del
80. Entonces tuvo una idea. Remeras con la inscripción: “André
has a posse” (André tiene una patota). Fue un éxito inmediato.
Todos querían ser parte de la patota de André. La frase se
convirtió en muletilla y con marketing, paciencia y saliva,
Shepard consiguió que hasta en los medios de comunicación se
popularizara el chiste.
Después vino
la serie con la palabra “Obey” (“obedezca”), en carteles
desparramados por las ciudades más cool de la costa oeste. La
cara de André y la orden en columnas de alumbrado público, en
carteles perdidos por la 66, en esos autos enormes en los que
el sueño americano gasta el petróleo del mundo. Pero Fairey no
quería ser sólo un diseñador con onda, quería ser una mezcla
finisecular de guerrillero y filósofo. Guerrilla callejera,
con cuestionamientos filosóficos a los simples peatones, para
irritarlos y obligarlos a pensar(se). Tiene ya dieciocho años
su “Manifesto”, donde define su trabajo como “experiencias de
fenomenología”, inspiradas en Martin Heidegger: “La
fenomenología busca antes de todo el despertar del sentido del
cuestionamiento sobre lo que nos rodea. Los pósters Obey
intentan estimular la curiosidad y llevar a la gente a
cuestionarse al mismo tiempo al cartel y a la relación que
tiene con su entorno”, escribió. Y se lo creyó.
Con esas
ambiciones, el muchacho de Charleston no se iba a quedar toda
la vida vendiéndoles skates a los punkitos de Providence. Sus
influencias se ampliaron y todo entró en la paleta del bombing:
el constructivismo ruso de Alexander Rodchenko (el rostro
levemente elevado de Obama imita también una pose clásica de
Rodchenko), el arte revolucionario chino, Andy Warhol, claro,
Bansky, claro.
La obra de
Fairey ahora está en todas partes. En el New Museum of
Contemporary Art, en el Museo de Arte Moderno de San Diego, en
el Victoria & Alberto Museum de Londres. Pero también puede
estar en tu casa, si es que tenés el CD Modership de Led
Zeppelin, el Very Best de Billy Idol o el Zeitgeist de
Smashing Pumpkins. La editorial Penguin acaba de reeditar los
libros de George Orwell con tapa de Fairey, quien también
diseñó el afiche de la película sobre la vida de Johnny Cash,
Walk the Line.
Fairey, todo
un empresario, tiene ya su propia agencia de diseño, Studio
Number One, la marca de ropa Obey, la revista de cultura pop
Swindle y la galería de arte Subliminal Project. Sin embargo,
no abandona la calle. Ahí están por ejemplo los graffitis y
carteles que hizo para la campaña “Shut down Guantánamo”.
Claro que no
se lo nota muy preocupado cuando le cuestionan haber renegado
de sus comienzos subversivos: “Ser parte –dice– del mundo del
arte comercial y comprenderlo es, de cierta manera, como una
infiltración de mi parte. Porque siempre sentí que gran parte
de mi trabajo era una reacción a la propaganda y una forma de
comprender cómo es que funciona. Arte y comercio se necesitan
mutuamente, no es tan clara su división”.
Será por eso
que puso en venta por internet el afiche “Obama Hope” por cien
dólares, pero con cuatrocientos dólares más te vende uno con
su propia firma, la firma del traductor gráfico de la
poplítica que Obama vino a instalar.
En la
National Portrait Gallery
La National
Portrait Gallery de Washington adquirió el póster más icónico
de la campaña de Obama para que forme parte de su colección
permanente. El director de la institución, Martin E. Sullivan,
explicó que lo escogieron por ser “el emblema de unas
elecciones, además del de una nueva presidencia”. La National
Gallery cuenta con retratos de todos los presidentes desde
George Washington. La galería adquiere habitualmente retratos
oficiales de los mandatarios cuando dejan el cargo. El de
George W. Bush fue presentado en diciembre.
Osvaldo Bazán,
para diario Crítica.
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