11 de Junio de 2008
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¿Para qué hacer lo que no es necesario hacer? Esta pregunta,
que es también una conclusión, le cabe perfectamente a la
resolución del ministro de Justicia y Seguridad, Aníbal
Fernández, que instruyó a las fuerzas de seguridad para que lo
mantengan informado sobre todos los pedidos que reciban del
Poder Judicial. En un país donde los límites que aseguran la
independencia de la Justicia son siempre imprecisos y opacos,
semejante orden del Gobierno a las fuerzas policiales no ha
hecho más que crear un océano de suspicacias.
Es probable, como se ha dicho, que el ministro sólo persiga el
propósito de tener ordenado el mundo de la seguridad, de los
centros de detención y de la logística humana e instrumental
de las decisiones judiciales. El argumento le cabe, aunque
forzando el cofre de los argumentos, al ministro de Seguridad.
Se trataría, en tal caso, de una ratificación de su condición
de jefe de las tropas de seguridad. Un golpe sobre la mesa de
los policías.
Resulta, sin embargo, que Aníbal Fernández es, a la vez,
ministro de Justicia. Bajo su responsabilidad institucional
está también garantizar la independencia de los jueces y
permitir que éstos cumplan tranquilos, sin interferencias, su
función esencial en la vida del país.
Ahí surge, entonces, otra pregunta: ¿fue una buena decisión
unir en una misma cartera dos áreas como la seguridad y la
Justicia, que están siempre al borde de colisionar? Mientras
el ministro de Seguridad dice velar por una mejor organización
de sus tropas y de las instalaciones con que cuenta, el
ministro de Justicia debería cuidar la normalidad del trabajo
de los jueces y fiscales.
La primera sospecha que surge proviene de actuales y futuras
causas que involucren a funcionarios públicos. El caso se
agravaría dramáticamente cuando existiera una investigación
judicial bajo secreto de sumario. Si el ministro estuviera
enterado de un allanamiento que podría perjudicar los
intereses del Gobierno (el caso Skanska o la misteriosa valija
de Antonini Wilson, por ejemplo), nunca podrá despejarse la
duda de que las pruebas desaparecieron oportunamente.
"He visto sólo 8 oficios judiciales desde el 29 de abril [la
fecha de la resolución] y desde entonces hubo 500 o 600
oficios", replica Aníbal Fernández.
¿Los ministros nunca estuvieron enterados de lo que decidía la
Justicia? Siempre supieron todo. Es imposible imaginar a
ministros del Interior como Antonio Tróccoli o Carlos Corach
(la seguridad estuvo casi siempre en esa cartera) en un limbo
de ignorancia, sobre todo en causas que comprometían a sus
gobiernos. Sabían lo que se fraguaba en los tribunales por sus
buenas relaciones con las fuerzas de seguridad o por sus
tratos frecuentes con los jueces y fiscales.
Esto es lo que hace más inexplicable la decisión de Aníbal
Fernández, que llevó a los papeles explícitos lo que era
tácito. La resolución del ministro abrió en la Justicia un
viejo debate: ¿debe la Argentina tener una policía judicial,
que dependa exclusivamente del Poder Judicial, como la tienen
España y Francia, entre otros países? La policía judicial ha
funcionado muy bien en los lugares donde existe. En la
Argentina, las primeras ideas sobre una policía judicial se
remontan a, por lo menos, 50 años.
* * *
Está claro que el gobierno nacional perdería dosis importantes
de poder si una parte de sus fuerzas de seguridad fueran
controladas por el gobierno de la Capital y si, encima, una
policía autónoma actuara en la órbita de la Justicia. Sin
embargo, la buena salud de las instituciones reclama ahora,
más que nunca, la descentralización del poder en tiempos de un
poder demasiado concentrado.
La policía tiene una dependencia administrativa del Ministerio
de Justicia y Seguridad, pero su obligación institucional es
obedecer a los jueces. La resolución de Aníbal Fernández
podría poner a la policía en el dilema de acatar a dos
patrones. ¿Cómo hará en ese caso? Suponiendo que la policía le
comunicara al ministro resoluciones judiciales vinculadas con
casos bajo secreto de sumario, ¿no estaría incumpliendo
flagrantemente la ley? ¿No se convertiría el propio ministro
en un testigo privilegiado de investigaciones eventualmente
resonantes?
"La redacción no ha sido feliz. Es cierto", terminó aceptando
ayer el propio Aníbal Fernández, que adelantó que cambiará la
resolución en los próximos días. ¿Es sólo la redacción o es su
contenido lo que está en discusión? Puede haber razones de
desorganización de las fuerzas de seguridad. Puede ser cierto,
incluso, que muchos policías terminen ocupados por la Justicia
en la vigilancia de presos, que saca a los agentes de la
calle, que es donde deben estar. O puede ser, también, que
demasiados policías estén al servicio de custodiar personas
que no necesitan tanta custodia.
El problema de fondo es, en última instancia, que estamos
hablando de la Argentina. El gobierno de los Kirchner ha
metido la mano en el Consejo de la Magistratura hasta
convertirlo en un instrumento para disciplinar a los jueces.
El argumento ha sido el de desgajar a la "corporación"
judicial. Un trazo de ese mismo argumento es perceptible en la
decisión de Aníbal Fernández: "Los jueces creen que la policía
está para cualquier cosa y que pueden hacer con las cárceles
lo que ellos quieran", dijeron en el Gobierno.
Hay que combatir a la "corporación" judicial, por lo tanto. Lo
mismo sucede, según el oficialismo, con la "corporación"
empresaria o con la rural. Y lo mismo debe hacer la
administración, de acuerdo con esas voces, con la
"corporación" política.
Entre tantas maléficas corporaciones, lo único que queda
arropado por la bondad política es el poder, con límites cada
vez más vagos y confusos. Por Joaquín Morales Solá ,para LA
NACIÓN, copia textual de su columna de la fecha
son dos notas para hoy en la misma sección
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