23 de Julio de 2007
La economía está en todas partes. Si bien su
relación con el término 'amor' resultaría absurda, sacrílega y
hasta repulsiva en el común de las ideas, es posible afirmar
que el corazón también se rige por sus principios. Antes de
continuar, es conveniente aclarar que el presente análisis se
refiere a los sentimientos de pareja y no así al afecto de
tipo filial, aunque no se descarta la posibilidad de su
inclusión en próximas investigaciones dentro de esta línea.
¿Cuáles son los disparadores del enamoramiento? Debe partirse
de la idea de que el mismo no es un proceso del todo conciente
puesto que se trata de un hecho abstracto y multicausal:
intervienen factores sociales, psicológicos, culturales e
incluso es sabido que muy probablemente la variable biológica
sea determinante a la hora de enamorarse. Es posible -y,
justamente, es el objetivo de este artículo- agregar una
dimensión más al enamoramiento al afirmar que el amor hace un
uso económico de sus recursos.
De esta hipótesis es posible inferir que el amor es un recurso
limitado, pues la economía se encarga de administrar lo que es
escaso. Sobre este punto no hay mucho que decir: no existen
importantes teorías ni a favor ni en contra de la finitud del
amor. De hecho el número de divorcios y de gente escéptica o
resignada en lo que a relaciones amorosas se refiere está en
alza, lo cual nos permitiría suponer que se acaba en algún
momento. Sin embargo, sería más acertado -y más politicamente
correcto, y más esperanzador- proponer que las personas no
dejan de sentir amor, pero que la práctica demuestra que la
intensidad del mismo sí se amortiza con los años y es por eso
que es preciso renovarlo de tanto en tanto.
La economía consiste en administrar eficazmente los bienes
para satisfacer necesidades humanas. Si tomamos los bienes
como nuestra capacidad de amar y de las necesidades nos
quedamos con aquella que demanda el amor de pareja, resulta
admisible afirmar que los principios económicos son aplicables
al enamoramiento. ¿O acaso alguien se enamora y persiste en el
sentimiento aún teniendo absoluta certeza de que esa
concreción nunca tendrá lugar? Se trata de un fenómeno
corriente y observable: cuando una persona se fija en otra en
un sentido amoroso es porque cree o se da cuenta de que ese
otro individuo gusta de ella, o al menos está convencida de
que
existe una mínima posibilidad de que la reciprocidad
suceda en un futuro próximo (antes de que la necesidad llegue
a su punto de saturación). No obstante, es posible objetar que
aún cuando una persona tiene pruebas fehacientes de que otro
individuo siente amor por ella, el sentimiento no
necesariamente se hace mutuo, pero dicho contraargumento no
refutaría la hipótesis de la investigación puesto que es
impertinente: el punto de partida del enamoramiento sería,
según esta línea de pensamiento, una insinuación o una
fantasía, y no siempre una certeza. Por lo tanto, se deduce
que las personas no gastamos amor si sabemos que no existen
probabilidades de obtener un beneficio como resultado de su
ejercicio. Tampoco invertimos encantos ni sex-appeal, ambas
herramientas de seducción que también tendrían un sentido
económico.
Es importante destacar que, aún cuando la creencia de que la
otra persona corresponderá nuestro sentimiento sea solamente
una esperanza sin base comprobable, la aplicación de los
principios de economía seguirá latente, puesto que el
individuo no cesa de esperar una retribución. Incluso en los
casos excepcionales en que la persona invierte amor -por
decirlo en términos económicos- sabiendo que la probabilidad
de obtener un beneficio de la misma índole es mínimo, el
sentido económico no desaparece puesto que para esa persona
amar no solo significa la satisfacción potencial de la
necesidad de sentirse amado, sino la satisfacción que implica
sentir amor per se. Hasta podrían compararse los enamorados
con los accionistas, pero no es la intención de este artículo
espantar a los lectores hasta ese punto y de hecho la autora
ya se está dando miedo de sí misma.
¿Qué sucede si en realidad la fantasía de una reciprocidad
potencial fuera solo un síntoma del amor y no su causa? ¿Y si
no es el amor el que economiza sus recursos sino somos las
personas las que hacemos un uso
económico del mismo, respondiendo a las pautas de esta era en
que las ciencias económicas todo lo gobiernan? En cualquier
caso, la economía no dejaría de estar presente, aún cuando no
fuera inherente al ejercicio de amar. De hecho, que el amor
fuera en esencia amortizable implicaría la imposibilidad de
amar a una misma persona por siempre -sería necesario
renovarla- y yo prefiero creer que sí existe tal cosa. Así
que, si me disculpan, dejaré el asunto a un lado. Puesto que
el tiempo es oro de acuerdo con la cotización corriente,
prefiero invertirlo extrañando a mi novio y no pensando en las
aplicaciones de la economía en las relaciones de pareja. Hay
suficiente economía en el amor: mejor
apliquémosle amor a la economía.
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Noelia Laura Pirsic
Galeanoff
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